Aunque sabe ocultarlo muy bien, Erick Sarmiento Vivanco lleva dentro, bajo esa chaqueta y esa camisa que viste, un manojo de nervios. La incertidumbre rebota en su estómago, mientras más nos acercamos a Villanueva, Bolívar. Acaba de llegar a Cartagena, a la Terminal de Transportes, en la mañana de este sábado, entre lluvioso y soleado, en busca de muchas, muchas respuestas. Vino a resolver aquellos tormentos que casi no lo dejan dormir hace un año.
La vida de este estudiante de economía e inglés, de Barranquilla, giró drásticamente cuando se enteró, hace doce meses, de una verdad abrumadora que lo convertía nada más y nada menos que en el protagonista de una de esas historias que parecen el guión de una película de drama o de una telenovela mexicana.
“Tengo 19 años y exactamente hace un año me enteré de lo que pasó. Yo tuve una discusión con mi mamá y, en un momento de rabia, ella me dijo algo audible a la situación, que se arrepentía de haberme tomado, y yo quedé con la duda. Empecé a preguntar y una tía terminó confesando la verdad. Me sentó y me dijo que yo era adoptado y, además, que tenía un hermano gemelo”, relata.
Es decir, Erick había vivido siempre bajo el techo y el cuidado de una familia barranquillera que lo acogió como suyo. Su madre biológica había dado a luz a gemelos el 2 de marzo del 2002 y decidió dejar a uno de ellos a una mujer atlanticense. “Mi tía me contó que, al momento de nacer, mi mamá biológica nos separó y se llevó a mi otro hermano para Cartagena, que solo sabían que se llamaba Clementina y que vivía en el barrio El Pozón. Desde ahí no supieron más nada de ella. Luego yo hablé con mi mamá (adoptiva), ya en un momento de tranquilidad, y ella me confesó todo una vez más. Que ella decidió quedarse conmigo”, recuerda. Así que Erick fue acogido por esa familia, que le dio los apellidos Sarmiento Vivanco y a la que ama y que lo ama incondicionalmente.
Búsqueda extendida
Mientras vamos camino a Villanueva, el ansioso Erick me cuenta que, precisamente, en este junio se cumple un año de haberse enterado de esta noticia y por eso intentó algo más para encontrar a su gemelo y a su madre. También que ya antes había viajado a Cartagena para recorrer el barrio El Pozón, en una búsqueda infructuosa que lo dejó aún más frustrado. Además, me habla de la paz, esa que siente ahora, porque está más cerca de su meta.
Erick sabía que su mamá se llamaba Clementina, que posiblemente vivía en el barrio El Pozón de Cartagena, que su hermano se llamaba Daniel y que, al igual que él, tenía 19 años. Entonces, el 10 de junio pasado, decidió enviar a El Universal la mejor pista que pudiera tener para hallarlo. “Mandé mi foto, dije que si es mi gemelo, es idéntico a mí y que alguien lo tiene que reconocer”, detalla. La foto se publicó en redes sociales con un mensaje de búsqueda. Se volvió viral y funcionó.
“Recibí una llamada el mismo día, en las horas de la noche. Me contactó una persona que conoce a mi hermano, me reconoció o reconoció a mi hermano en la foto. Enseguida todo tuvo sentido, hablamos y me contactó con mi hermano, que vive en Villanueva. Hablé con él y decidí emprender este viaje para conocerlo y él también quiere conocerme. Tenemos muchas dudas y preguntas”, relata mientras observa por las ventanas los campos verdes a un lado de la vía y su teléfono celular. “Mira hacia allá, ¿qué dice ahí?”, le pregunta el conductor a Erick, que solo calla. Villanueva, se lee en un pequeño letrero verde y blanco que anuncia nuestro destino. El muchacho barranquillero toma el teléfono y llama para avisar nuestro arribo.
Poco después de la plaza principal nos esperan. El protagonista de esta historia baja de la camioneta, camina tan rápido y tan emocionado que no nota a su hermano Daniel, ese que tanto buscó, entre un pequeño grupo de amigos que aguarda expectante en una esquina. Se va de largo, sin siquiera ver a su hermano gemelo. Y no puedo evitar pensar en cuántas veces la vida pudo haber cruzado sus caminos insospechadamente.
Daniel Alfonso Balanta Villa viste un suéter rosado y una pantaloneta blanca. Un poco tímido, baja su tapabocas, parece tan petrificado, tan anonadado, tan sorprendido de ver a alguien igual a él pasando por su frente, que no camina detrás de su hermano. No se atreve a moverse. Y aparece en él una sonrisa incrédula.
Daniel vive con su pareja, está validando el bachillerato. Cursa 10 y 11 grado. También trabaja en una ferretería del pueblo. Es en este sitio donde, por fin, se hallan el uno al otro 19 años después. Los hermanos se miran y se funden en un abrazo que se repite, una y otra vez. La multitud de vecinos crece a lado y lado y bulle en aplausos. “Estoy feliz, por este reencuentro. Agradecido con Dios, totalmente y con ustedes. Sé que muchas cosas buenas saldrán de esto. ¡Es idéntico a mí!”, exclama Erick y su hermano Daniel añade:_“Me siento alegre. No sé qué decir. Mi mamá sí me había contando que tenía un hermano mello, pero no gemelo. La verdad es que nunca se me había dado por buscarlo ni por preguntar. Pero sí estoy contento de que estemos aquí”.

Daniel (de rosado) y su hermano Erick se abrazan tras encontrarse.
Un abrazo esperado
Aquel manojo de nervios ahora se asoma en Erick. Ya no lo puede ocultar. El temblor en sus manos agudiza, igual que su sonrisa nerviosa. “¿Y, ahora, qué debo hacer?”, me pregunta. “¿Ahora, yo qué hago?”, insiste. “¿Qué se supone que debo decir?”, añade a un pequeño rosario de incertidumbres. Camina hacia atrás, queriendo quizá devolverse. Pero no es así. Él quiere estar ahí. Está más bien asustado. Estamos ahora en el barrio Concolón, de Villanueva, donde otra multitud de espectadores aguarda por otro abrazo. Una mujer vestida de rojo sale desde una casa de tablas y no hace falta que alguien mencione quién es. Aunque nunca la ha visto, Erick sabe bien que ese ser que camina hacia él es Clementina, la mujer que lo trajo a este mundo. En medio de la calle se abrazan y ella llora. Llora desconsolada sobre el regazo del hijo perdido que la ha encontrado. Y_él también llora.
“Yo no tenía dirección ni nada para encontrarlo, pero sí intenté buscarlo”, menciona ella. “Me separé del papá de los pela’os y me traje a Daniel, a Erick se lo quedó una señora. Me traje a Daniel de un mes de nacido. A Erick no lo quise dejar, pero estaba mal económicamente (...) Yo lloraba y sentía una tristeza en el corazón, porque tenía miedo que me fuera a rechazar”, cuenta. Pero en este encuentro no hacen falta disculpas ni perdones.
“Estoy contento por todo, porque son cosas buenas las que están pasando, y sea lo que sea esta es mi familia también”, afirma Erick, con aquella paz de la que me hablaba camino a Villanueva. Ahora para ellos comienza una nueva vida, una que quieren compartir juntos.
