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Cultural

Los 100 años de Enrique Grau

Se cumplieron ayer cien años del natalicio del pintor y escultor que amó a Cartagena y la llevaba a todas partes.

Los 100 años de Enrique Grau

Enrique Grau, pintor y escultor cartagenero. //Foto: ARchivo - El Universal.

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La madre de Enrique Grau eligió un hospital de Panamá para que naciera su hijo, prevenida de que no encontraría un mejor lugar en Cartagena, pero a los pocos días, regresaron a la ciudad que sería la gran obsesión del futuro artista. Tenían parientes, tíos y tías y primos panameños que vivían allá, desde mucho antes de que Panamá se separara de Colombia. Pero Enrique Grau es, por esencia, un artista cartagenero, no porque no naciera allí, sino porque todo lo que hizo a lo largo giraba alrededor de Cartagena. Uno no es donde nace, sino donde ha sembrado su ombligo y donde tiene sus más profundas querencias. Uno es de donde ama y donde lo aman. Grau amó a Cartagena y la llevaba a todas partes. La empezó a pintar desde que era un niño, de la mano de una abuela artista que fue anfitriona del más grande retratista, Epifanio Garay, cuando vino a finales del siglo XIX a dirigir la recién fundada Escuela de Bellas Artes de Cartagena. La empezó a esculpir con la arena del mar, con la arcilla de los inviernos y la siguió delineando en las fotografías y en las imágenes a mano alzada. En la librería Mogollón interactuó con el artista, empresario y mecenas Daniel Lemaitre y con el acuarelista español Vicente Pastor Calpena, quienes celebraron su talento y habilidad como dibujante precoz y lo apoyaron en sus años iniciales. Es curioso que una de sus primeras figuras humanas fuera una muchacha mulata del servicio doméstico de su casa, que se convirtió a sus diecinueve años en un hito del arte moderno de Colombia, al ganar en 1940 el Salón Nacional de Artistas, con esta obra ‘Mulata cartagenera’, un óleo sobre lienzo de 60 x 70 cm, que reposa en la colección del Museo Nacional.

Con esa obra, Grau abre un destino ascendente y glorioso en las artes nacionales y se convirtió en uno de los tres más grandes pintores, junto a Alejandro Obregón y Fernando Botero. Con una beca del Gobierno nacional se fue a Estados Unidos a estudiar arte en Art Students League, en donde descubrió el expresionismo alemán y las nuevas tendencias norteamericanas bajo el influjo del abstraccionismo que se desarrollaba en occidente. Luego, recorrería Italia, estudiando los grandes maestros y descifrando las técnicas de los murales al fresco. Y se encontraría en la década siguiente con el ímpetu mundial del cubismo, el surrealismo y otras tendencias que se forjaban en aquellos años. Grau regresó al país y fue, en los años cincuenta, escenógrafo de la televisión naciente, profesor de arte de la Universidad Nacional e impulsador de nuevas iniciativas como el cine, el teatro, la literatura, entre otros. Participó como actor en el filme ‘La langosta azul’, en 1954. Ilustró el primer cuento de García Márquez, hizo una versión fílmica de la novela ‘María’, de Jorge Isaac, y participó del fenómeno cultural que se gestaba entre Cartagena y Barranquilla, con los núcleos humanos de creadores denominados Grupo de Barranquilla y Grupo de Cartagena, que tuvieron vasos comunicantes, y muchos de ellos compartían amistades y navegaban como pez en el agua entre las dos ciudades.

Cecilia Porras, Enrique Grau, Alejandro Obregón, García Márquez, Héctor Rojas Herazo y Clemente Manuel Zabala vivieron esa doble experiencia entre las dos ciudades. Se podría decir que, si en Barranquilla había un Sabio Catalán llamado Ramón Vinyes, en Cartagena había un Sabio Sanjacintero llamado Clemente Manuel Zabala. Y entre las dos ciudades, con algunas rivalidades regionales, lo que se cocinó allí fue una época doradas de las artes y las letras. No se podría mirar esos años de manera fragmentaria y con los sesgos frágiles y a veces limitantes de la regionalidad. Las dos ciudades, vistas a la luz de nuestro tiempo, eran un ir y venir y una cantera prodigiosa de nuevas creaciones. Grau y García Márquez disfrutaban La Cueva barranquillera, el legendario bar famoso que es hoy un patrimonio regional y nacional, y también La Cueva cartagenera, que era el comedero bajo la luz de las estrellas que estaba en el mercado viejo de la ciudad, donde hoy se erige el Centro de Convenciones. Los dos escenarios fueron convertidos en espacios de memoria pictórica y literaria.

Una señal que definiría a Grau sería su pasión por retratar en sus lienzos a la figura humana cartagenera, con su flora y fauna, pero también con su historia local. Entre la mulata cartagenera y las Ritas de sus pinturas y esculturas, hay guiños evidentes de las realidades gestuales y sociales del mundo real de Cartagena. El sofisticamiento de Rita llamando por teléfono con ese aire de sensualidad y pereza, contrasta con la belleza natural y montuna de la mulata típica cartagenera de cuerpo escultural, ojos grandes, cabellos negros y cierto aire de ingenua sensualidad entre las flores. Pero junto a este estudio de mujeres cartageneras, Grau trabaja el rostro de una especie de Paula de Eguiluz, la bruja que sedujo a los inquisidores y a las autoridades militares y eclesiásticas de la época, y la lleva con escoba y todo a volar en su bello mural del Centro de Convenciones, para celebrar los 450 años de Cartagena, en 1983. Pero Grau no se detiene en la figura humana, sino en el mobiliario cartagenero y el secreto de las casas viejas del Centro amurallado y de su Manga de infancia. Tiene una pasión por lo refinado, sofisticado, pero también, por la cultura popular de la Cartagena del 11 de noviembre, con sus disfraces ingeniosos, sus capuchones, sus comparsas, su rico y variable carnaval de más de tres siglos. También como Obregón, Grau quiso atrapar a Cartagena y a todo el país, y lo recorrió para escribir una réplica del libro de viajes del Barón Alexander von Humboldt. Grau conocía cada una de las flores nativas, cada rincón de la ciudad con su historia y sus monumentos, y los reunió en el telón de boca del Teatro Heredia rebautizado más tarde como Teatro Adolfo Mejía. Su búsqueda de esa historia mínima y monumental lo llevó a hacer el tríptico del Pinturero, aquel muchacho torero español que quiso caer en paracaídas en La Serrezuela y los vientos de diciembre lo atraparon en la muerte ahogado en las aguas de Bocagrande. También, en esa misma dirección, rescató para sus pinturas y esculturas a las Maríamulatas, aves emblemáticas de la ciudad que están tan domesticadas que comen cerca de las manos de sus habitantes. Pero atrape a una de ellas, para que vea cómo se convierten en cuervos y una bandada sale al acecho para preservar la libertad. Grau pintó y luego esculpió al final de su vida la escultura de Pedro Claver abrazando a un africano esclavizado. Soñó en sus últimos años con donar más de mil obras de su colección personal, junto a su biblioteca, objetos y elementos de la cultura popular de todo el Caribe, y lo ilusionaron con que le darían primero un terreno en Chambacú, luego, el viejo Club Cartagena donde él corría por sus pasillos cuando era niño, más tarde volvieron a ilusionarlo con el Claustro de la Merced, que es sede de posgrado de la Universidad de Cartagena, y lo volvieron a ilusionar con la Casa del Marqués de Valdehoyos. Ninguno de los escenarios fue posible y una ministra de Cultura remató el asunto diciendo que Cartagena no resistía más de dos museos, un Museo de Arte Moderno de Cartagena, fundado por Grau con la complicidad de Obregón y Miguel Sebastián Guerrero, y una Casa Museo para Obregón y otra para Grau. Pudo más la filosofía de la canción salsera: “No hay cama pa tanta gente”, que el deseo de sus propios artistas que murieron por su ciudad.

Epílogo

El viernes 18 de diciembre de 2020 Cartagena y Colombia celebraron los cien años de una criatura bajita y genial, cuya mirada atrapaba el mundo, un hombre al que le gustaba disfrazarse para burlarse de sí mismo y de sus semejantes, un hombre con un gran sentido del humor, un artista fuera de serie: Enrique Grau. Su obra palpita como si acabara de hacerla. Como si otra vez el niño estuviera moldeando el universo con la arena de la playa de Cartagena.

Una señal que definiría a Grau sería su pasión por retratar en sus lienzos a la figura humana cartagenera, con su flora y fauna, pero también con su historia local.

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