Por Francisco Velásquez G.
Especial para El Universal
Conocí a Óscar Collazos Camacho hace 54 años, en 1966, cuando un grupo de amigos convocó en Medellín la primera –y única- Semana del Arte Joven. Acababa de ganarse el Primer premio de cuento en un concurso literario nacional con Las Compensaciones. Al evento estaban invitados los nadaístas y otros autores noveles como Vicente Latorre, y entre los costeños, pintores como Álvaro Barrios; el novelista y crítico de cine, Alberto Sierra, catalogado entonces por Jorge Zalamea Borda como uno de los buenos autores del país con su novela Dos o tres inviernos; y gente de teatro como Alberto Llerena, quien dirigía el grupo de la Universidad de Antioquia, El Taller.
Su cuento Las compensaciones se publicó en el conjunto de narraciones de su primer libro de cuentos, El verano también moja las espaldas, que le publicaron sus nuevos amigos Manuel Mejía Vallejo, Óscar Hernández, Darío Ruiz Gómez, en la editorial Papel Sobrante que inauguraron con una colección destacable.
Con Óscar de entrada simpatizamos y fuimos durante varios días amigos de rumba y de tertulias. Tanto así que me invitó al Festival de Arte de Vanguardia en Cali, para pernoctar en su apartamento, donde me presentó a la hermosa mujer y gran actriz que era su compañera de entonces, Líber Fernández, del Teatro Experimental de Cali, TEC de Enrique Buenaventura. Un negro cálido de Bahía Solano, con todo el arrojo de un evocador del boxeo, el bolero y las putas. Y gran escritor de cuentos, novelas y sobre todo de ensayos de magistral factura.
En 1967 me albergó en “La casa verde” en Bogotá –sitio de refugio de escritores mal alimentados, pero, bien enlicorados, y empeñosos por salir adelante. Allí se armaban fiestonones que alcanzaban a escandalizar el entorno porque la confundían con un burdel. Compartimos vivienda durante un año. Yo trabajaba como periodista en el periódico El Tiempo. Él persistiendo en la lucha por la sobrevivencia a través de la escritura.
De ese entonces son algunas de las obras meritorias como los cuentos de Son de Máquina y la novela Todo o nada en mi concepto el mejor texto sobre la Bogotá de los años 60.
Su constancia le permitió ser invitado a la Unión Soviética y de regreso estacionarse en París para contemplar y participar en las Jornadas de Mayo del 68 y sufrir el proceso de una revolución de la utopía, que tiene efectos hasta hoy.
Le acompañé luego en sus traslados a vivir en “La ciudad de la eterna primavera” y le colaboré en la elaboración de reportajes con muchos escritores, para una serie de videos de la Biblioteca Piloto de Medellín y en otras andanzas, mientras se consolidaba como novelista, cuentista y con el alcance de numerosos logros que lo llevaron a vivir largo tiempo en Barcelona, La Habana, Berlín, Estocolmo, Bogotá y finalmente en Cartagena de Indias, dónde concluyo sus días.
Nos saludábamos por teléfono unas dos veces al mes para “desatrasarnos” de la conversa. Cualquier día oí en la línea telefónica una voz que no identificaba, inentendible, pesada. Era Óscar. Él, que tenía una vocalización y tonos expresivos de un preciosismo y nitidez envidiables. Era todo un narrador oral. Voz encantadora para el teatro y la exposición de sus charlas reflexivas. Quedé sorprendido y pregunté si era Óscar quien respondía y me dijo que sí.
Enmudecí y solo lo escuché decirme que andaba enfermo con el ELA, esclerosis lateral amiotrófica, una de las enfermedades huérfanas en las neuronas, un mal que también tuvo Stephen Hawking, el descubridor de los agujeros negros en el espacio interestelar del cosmos.
En el tratamiento correspondiente y con plena lucidez mental, su periplo vital concluyó en poco tiempo con la solidaria y amorosa protección de su dama, Jimena Rojas.
Collazos fue uno de los escritores destacados del panorama nacional e internacional pues mucha de su obra fue traducida y publicada en otros países. La ballena varada se convirtió en texto para la enseñanza en colegios de Chile, con miles de libros impresos. Fue columnista meritorio en el diario El Tiempo, Nueva Frontera, Letras Nacionales, Contrapunto y fue premio nacional de periodismo y una polémica que sostuvo desde Uruguay con un ensayo publicado en la revista Marcha hizo que Julio Cortázar y Mario Vargas Llosa le replicaran para abrir un debate que esclareció bastantes aspectos de la literatura y la revolución en América Latina.