comscore
Cultural

Germán Mendoza, en los recuerdos de sus amigos

Las redes se inundaron de mensajes, fotos y videos para recordar a quien por más de tres décadas se dedicó al “mejor oficio del mundo”.

Germán Mendoza, en los recuerdos de sus amigos

Germán Mendoza Diago.

Compartir

El pasado 18 de abril falleció Germán Mendoza Diago, un maestro del periodismo por excelencia, además subdirector y editor general de El Universal de Cartagena por 31 años. (Lea aquí: Germán Mendoza, gracias, maestro)

Como era de esperarse, su muerte revolucionó las redes que se inundaron de mensajes, fotos y videos para recordar a quien por más de tres décadas se dedicó al “mejor oficio del mundo”. (Lea aquí: Fallece Germán Mendoza, maestro del periodismo en Cartagena)

Por otro lado, también se alzaron las voces de periodistas locales y nacionales, compañeros, alumnos, amigos y conocidos que desde la noche de su partida han compartido escritos sobre la vida y obra de este gran periodista. (Lea aquí: 10 textos para recordar a Germán Mendoza Diago)

Aquí te compartimos algunos.

Por Martha Cecilia PazViera

En estos tiempos de amistades líquidas, de encuentros pasajeros, de amigos virtuales, y en general de relaciones frágiles y de bolsillo, como las llama el conocido escritor Zygmunt Bauman, es un placer recordar una anécdota de los 40 años de amistad que me unieron a Germán Mendoza Diago, con quien compartí también por mucho tiempo una columna en este periódico.

En las postrimerías de los años 70 Germán y yo tuvimos el privilegio y la alegría de pocos, de vivir en el centro de la ciudad de Cartagena. Las calles de la Tablada y del Curato eran nuestros puntos de referencia y en enormes casas adornadas por buganvillas y jazmines transcurrían nuestros años de adolescencia. Hacíamos un recorrido diario casi conjunto; Germán asistía fielmente a sus clases en el Colegio de la Esperanza y yo me educaba con las hermanas de la Presentación, en la Playa del Tejadillo. Ambos colegios miraban al mar y en la esquina de la Plaza Fernández de Madrid, con Santo Toribio de testigo, nos propusimos un día investigar el origen de los nombres de las callecitas de Cartagena. Los libros eran escasos y solo contábamos con la imaginación o la elocuencia de los vecinos de la época que nos ilustraban sobre el tema. Con una moneda sorteamos que él hablaría con Gabo, de quien ya era amigo, y yo con Zapata Olivella, ambos para la época, lugareños asiduos del barrio de San Diego. Los días transcurrieron, seguíamos con el mismo ímpetu la investigación, pero no lográbamos nada de nuestros mentores elegidos, así que nos mirábamos todos los días luego de la jornada continua y nos saludábamos con un “nada”; “nada”, respondía yo.

Germán tenía una cercanía exquisita. De prosapia cordobesa, de modales cartageneros, y arropado siempre por el linaje de una gran familia, era un hombre con quien daba gusto estar y hablar; en ocasiones tímido y en otras con fino humor, se cuidaba de decir las palabras adecuadas en los momentos precisos. Su estampa desde joven, inspiraba mucho respeto, un tanto enjuto y con canas tempranas, era imperioso hacerle caso en todo lo que decía. Del “nada” como saludo pasó a decirme “tengo que hablar contigo un asunto muy serio”... eran diariamente sus únicas palabras. Así pasaron varios meses y alcancé a pensar que había logrado avanzar en la tarea, o que el misterio encubría alguna propuesta amorosa, dada ya la confianza y el tiempo que nos unía. Pero un día, en la intersección de las Tres Esquinas me dijo: “Gabo dice que dejemos esa pendejada de las calles que por aquí hay mucho fantasma”; nos reímos durante horas y pese a que luego tuvimos en la vida muchos más encuentros y anécdotas por celebrar, esa de la infancia nos acompañó siempre; en el 2015 lo visité en el periódico y volvimos a reírnos como si fuera ayer. Que te alcancen estas palabras querido Germán y que aun donde vas sonrías siempre, paz en la tumba de un gran amigo.

Un cerebro en el que cabían el sistema solar, la Vía Láctea y el Milky Way

Por Diana Lucía Sarabia

No hay un solo momento de mi paso por El Universal, que no esté asociado a Germán Mendoza. Germán siempre figura en mi colección de recuerdos ya sea jugando un papel principal, como personaje secundario o moviéndose tras bambalinas. En esa sala de redacción mítica, tanto la de la Calle San Juan de Dios como la del Pie del Cerro, Germán siempre estará en su oficina de cristal, detrás de un gran escritorio abarrotado de libros y papeles: leyendo, escribiendo, discutiendo o tomando decisiones ejecutivas sobre el material que se publicará.

Comencé a trabajar en El Universal tan pronto me gradué de la Universidad Autónoma y como aprendiz de periodista allí escribí mis primeras crónicas y artículos. Germán, mi jefe inmediato, me dio las primeras tareas periodísticas que cumplí con la angustia de quién todavía no se lo creía: ¿una noticia mía en primera página? El entrenamiento había terminado y ya estaba nadando en las aguas del periodismo local.

Germán era un hombre de inteligencia poco común y sentido del humor matizado. Además de su gran cultura universal, era aficionado al cine y a la física cuántica, pasión esta última que felizmente me contagió. En una ocasión, posiblemente en 1990, mientras yo cubría una convención de física en el Centro de Convenciones de Cartagena, logré obtener una entrevista con el físico británico Peter Higgs. Pocas horas después, apiñados en un balcón que daba a la playa, estábamos Germán Mendoza, Peter Higgs y yo charlando y escuché a Germán formular las preguntas más extraordinarias que pudiera imaginar acerca del origen del universo. Era un realismo mágico llevado a otro nivel. Lo que yo desconocía y Germán sabía muy bien era que este hombre iba a pasar a la historia por haber lanzado la hipótesis de la existencia del “higgs” una partícula subatómica, llamada también la partícula de Dios. Las preguntas no se agotaban y demostraban el gran conocimiento de Germán del impacto que tendría dicho hallazgo en la humanidad. Veintidós años tendrían que pasar después de esta entrevista, para que los experimentos en el Acelerador de Partícula suizo demostraran que el higgs es una realidad y un elemento esencial en la construcción del universo. Por este hallazgo Peter Higgs compartió en el 2013 el Premio Nobel de física con François Engler. Cuando ya estábamos a punto de terminar la entrevista, Germán hizo la pregunta que hacía falta y que demostraba su sensibilidad: “¿Usted, que ha estudiando tanto el universo, cree en Dios?” Y Higgs respondió: “El universo es obra de Dios, pero está claro que Dios es una mujer.”

Este encuentro maravilloso documentado en las páginas del periódico se hubiera perdido en mi memoria si Germán Mendoza no me lo hubiera recordado hace algunos años mientras veíamos un show musical en la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Cuando se acercó y me susurró al oído: “gracias a ti pude entrevistar a Peter Higgs” entendí dónde comenzó mi interés en los neutrinos, las explosiones de supernovas y las ondas gravitacionales. Agradecimiento y humildad eran otras de las cualidades de Germán.

Ese evento me hizo respetar la erudición de Germán y valorar su opinión y visión del mundo. Creo incluso que refleja mi opinión de él: un hombre profundamente arraigado a Cartagena y a su gente, pero con un cerebro en el que cabían perfectamente el sistema solar, la Vía Láctea y el Milky Way.

Germán Mendoza Diago y la Señorita Colombia, Laura González.
Germán Mendoza Diago y la Señorita Colombia, Laura González.
Únete a nuestro canal de WhatsApp
Reciba noticias de EU en Google News