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Cultural

Rómulo Bustos: la furia del cordero

Está confinado en su jardín escribiendo, haciendo poesía que nos lleva a reinos inquietantes de la desolada condición humana.

Rómulo Bustos: la furia del cordero
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Los poetas no duermen en esta amenaza de coronavirus, pero tampoco dejan de tejer sus sueños. El poeta Rómulo Bustos Aguirre, Premio Nacional de Poesía Mincultura 2019 me cuenta que está confinado en su jardín escribiendo. He releído en esta cuarentena su libro ‘Casa en el aire’, octavo poemario publicado en 2017 por Editorial Pre-Textos en España, en una bella, sobria y pulcra edición, al cuidado de ese finísimo editor que es Manuel Borrás. El poemario tiene tres partes que en su conjunto crean un universo y una nueva visión de lo humano desde la mirada de los animales: ‘La furia del cordero’, con 8 poemas; ‘Casa en el aire’, con 18 poemas, y ‘Músicas’, con 6. En suma, 32 poemas que nos llevan a reinos inquietantes de la desolada y bárbara condición humana. El epígrafe de John Say, ‘La vida es una broma’, abre el libro como una llave para abrir la otra puerta de la broma brutal que nos propone Rómulo, y su propio epígrafe en la primera parte de su libro ‘Cada quien con su animal oculto al fondo’. (Le puede interesar: Los secretos del poeta Rómulo Bustos )

Compasión del cordero

Antes de leer el más inquietante poema del libro ‘Lengua’, leemos ‘Botánica nacional’, un contraste perturbador sobre “los humanos no retoñamos a pesar de los ejemplos notables que existen en la mitología”. Retoñan las plantas a través de los acodos que despiertan las raíces, pero no los seres humanos. Esa primera parte del poema nos introduce en la perversión de la violencia colombiana y sus millares de lisiados y desmembrados. El poeta nos revela que, entre esa multitud de manos cortadas, brazos, piernas, cabezas y troncos, de seres masacrados por la violencia, ninguno podrá ser injertado y ninguno podrá retoñar en esta vida ni en la otra.

El poema siguiente, ‘La cena meritoria’, plantea un dilema teológico o una nueva visión del humanismo que incorpora la mirada de los animales sacrificados el Día del Juicio, en la que todos somos injustos. Los animales que fueron la cena, tal como ha ocurrido en esta pandemia, han venido a recordarle al hombre su infinita crueldad. Allí el poeta como un ángel o un Dios propone invertir la etiqueta y crea “una forma meritoria del infierno”, para que los comensales pasen al centro de la mesa y ocupen “el privilegiado lugar de los comidos”. Esa es “la justa furia del cordero”. Bello en su pavorosa y luminosa verdad. (Lea aquí: Rómulo Bustos, el encantado incesante)

La lengua está servida

En el poema “Estética nacional”, es más que un retrato de un descuartizado que ha venido desplazado de Tiquisio, y su cabeza cercenada es exhibida como escarnio. Todos sus miembros introducidos en el hueco del tronco bordeado por la clavícula. La lengua envuelta y enterrada. La cabeza separada “para evitarle la contemplación de su propio horror”. Y el verso final es terrible, desquiciante, el poeta es capaz de un humor macabro: “No sea que luego el muerto vuelva y cuenta la historia”. Es la perversa historia nacional.

En el poema “Lengua”, Rómulo crea una nueva visión del humanismo que no puede comprenderse sin la conjunción de la vida de los animales. Una buena amiga y comadre, cuenta Rómulo, lo invitó a cenar una lengua a las finas hierbas. El poeta convierte esa experiencia también teológica, de compasión y misericordia infinita, ante la lengua adobada en finas hierbas. Se perturba en el poema pensando que aquella lengua despedazada “gritará con toda su mudez” y la imagina aún viva y sangrante en la mesa. Pero su suelta un cumplido, una broma profunda: “Esta lengua dará mucho que hablar”. (Lea aquí: “La pupila incesante” de Rómulo Bustos)

El poeta se pregunta en su poema, al recordarnos que algunos pueblos prohíben cocer el cabrito en la leche de su madre, luego de que la lengua ha sido saboreada por otras lenguas, ¿quién tendrá misericordia? El texto fluye entre la lengua poética, la lengua del animal comido y la lengua del que la come. ¿Qué separa la lengua depredadora del lagarto a la lengua depredadora del hombre? ¿La lengua para cazar y la lengua para cantar o crear un reino?

El poema de Rómulo es bellamente inmisericorde para nombrar la impiedad humana. La lengua sigue gritando más allá de la cena y del poema y del principio de los tiempos, hasta llevarnos a la invención de una nueva misericordia, en la que integramos al animal y al ser humano.

Hasta allí me ocuparé de esta primera parte del poemario, y dejarlo solo en el epígrafe de la segunda parte de Casa en el aire, un verso de W. Szimborska: “No entrarás -dijo la piedra. Te falta el sentido de ser parte”.

Allí otra mirada inquietante sobre nuestra relación con los animales, los vegetales y los minerales. La piedra hablándole al hombre. Qué maravilla.

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