Ceferina Banquez (Marialabaja, 1943) viene de una estirpe de cantadoras en su familia, y es una de las mejores voces del bullerengue en Bolívar y de todo el país.
Su voz es la desgarradura de quien primero vivió la violencia bipartidista, y más tarde, el conflicto armado.
¿Qué es lo que suena en esas canciones del álbum ‘Cantos ancestrales de Guamanga’ (2010)?
Suena su memoria vulnerada, el desarraigo, luego de ser desplazado. Suena su deseo de regresar a su tierra.
En el año 2001, abandonó Guamanga, su finca, acorralada por la violencia, y se fue para el Magdalena con sus hijos.
Desde mucho antes de grabar su primer álbum, su nombre ya estaba en la memoria colectiva, por el encanto de su voz.
A lo largo de su vida ha ganado innumerables premios. Fue Reina del Bullerengue del Festival de Marialabaja (2009). Premio a la Dedicación del Enriquecimiento de la Cultura Ancestral de las Comunidades Negras, Raizales, Palenqueras y Afrocolombianas (2013), del Ministerio de Cultura de Colombia.
Ceferina nació en medio de bullerengues: su madre, María Epifanía Teherán, cantadora de bullerengue.
Su música enriquece el panorama del bullerengue regional que han enaltecido Totó la momposina, Petrona Martínez, Martina Camargo, Pabla Flórez y el legado de Etelvina Maldonado, Estefanía Caicedo, entre otras.
Cartagena y el Bolívar están en mora de recopilar en un álbum las voces de las cantadoras representativas de la región. Solo reaparecen en tiempos de carnavales o Fiestas de la Independencia, cuando son contratadas para cantar. Se murieron las voces que en años anteriores deslumbraron al país, en los Soneros de Gamero. Las nuevas generaciones no conocen la obra sonora que siguió a Irene Martínez.
La paradoja es que la riqueza cultural de un país sale de los más pobres. Muchas veces se espera en el país que la notoriedad provenga del exterior. O que el artista se muera para que se convierta en figura. Lo cierto es que en los pueblos de Mahates, Palenque, Palenquito, pueblos cerca del Canal del Dique, tienen una riqueza musical aún desconocida y poco valorada.
Ceferina Banquez ha compuesto una treintena de canciones que aluden la pérdida de la tierra, la violencia, el retorno después de la violencia, la memoria ofendida y muchas veces, manchada de sangre. Hay en su voz un lamento, una queja, un clamor, una catarsis, en busca de consuelo.
Hay contadísimos espacios culturales que hacen visibles a figuras como Ceferina Banquez. Uno de ellos ha sido el Mercado Cultural del Caribe en Cartagena. La agenda del Festival de los Montes de María. Las universidades deberán invitar a sus instituciones e interpelar a estos patrimonios vivientes de la región.
Los conservatorios de música se enriquecerían con la sabiduría ancestral de estos músicos, que pese a ser iletrados, como Ceferina, heredan una información cultural de gran trascendencia para la memoria colectiva.
Conocer cómo viven los que legan este tesoro musical a la región es una misión no solo de periodistas, investigadores, sino también de los artistas, gestores, y estudiosos del fenómeno musical. La situación de los artistas populares es bastante preocupante.
La memoria que late en estas canciones es música del tiempo. En otro instante, más allá de la pérdida o la nostalgia, Ceferina incorpora su melodía para sanarse ante la implacable agresión que sufrió la doble naturaleza de su tierra y de su alma.
La música es otra manera de conocer la historia.