Después de más de medio siglo escribiendo, Cartagena ha sido la obsesión de todos los cuentos y novelas del escritor Roberto Burgos Cantor(Cartagena, 1948), quien acaba de ganar el Premio Nacional de Novela del Ministerio de Cultura, con su novela Ver lo que veo (2017).
La novela, publicada por Seix Barral, narra con una música salvada debajo de las piedras de las murallas, el agua dormida de la ciénaga y el alma de sus habitantes, la historia de una Cartagena, de seres frustrados pero amorosos, tiernos y marginados, en el monólogo de una mujer que de tanto ver su entono, pierde la luz de sus ojos.
Cuéntenos, ¿cómo fue el proceso de escribir esta novela que recupera el tono de su novela ‘El patio de los vientos perdidos’?-La escribí en tres años, intentando recuperar ese mundo que seguía allí, en Cartagena, medio oculto y a punto de desaparecer con esta barbarie de la especulación inmobiliaria. A medida que la escribía, iba encontrando sentidos que no había previsto. En ese proceso de inventar, iba recuperando un mundo de despojos, sometido al fracaso y la derrota, un mundo que puede perderse, en medio de los deseos del progreso. La novela busca nombrar las cosas, porque si no se nombran, desaparecen más rápido.
Usted publicó en 1968, hace cincuenta años, su primer cuento ‘La lechuza dijo el réquiem’. Es un año de celebraciones.-No lo recordaba. Qué buen descubrimiento. Ese primer cuento lo publicó Manuel Zapata Olivella en su revista Letras Nacionales. Sí, es un año de celebraciones. Los 50 años de ese cuento y los 70 años de existencia. Borges tiene una idea preciosa sobre sus 70 años. A esta edad ya uno sabe lo que pudo hacer y lo que no podrá hacer.
¿Qué significa para usted este premio que le concede el Ministerio de Cultura a su trabajo como novelista?-Es un abrazo y un estímulo. Anoche recibí la sorpresa. Luego de estar entre cinco nominados, había que esperar a ver qué ocurría. Es, sin duda, una gran ayuda para que la novela encuentre y propicie nuevos lectores.
¿Qué autores ya leídos ha vuelto a leer?-Es una vanidad cuando uno dice releer, pero cuando uno vuelve a leer, descubre un libro nuevo. Volví a leer el tomo cinco de En busca del tiempo perdido (La prisionera), de Marcel Proust, y fue como leer un libro nuevo. Quedé perfectamente seducido y encantado con la sabiduría sobre el arte de escribir. Lo había leído e el bachillerato o en el primer año en la universidad. Con mi amigo Eligio (Yiyo) García Márquez, jugábamos a resolver la duda de cuál de las novelas de William Faulkner era la mejor: si ¡Absalom, Absalom! o Luz de agosto. Aún no he resuelto la duda. En esta acción de volver a leer, fundamentalmente, me acompaña siempre algún poeta: Saint John Perse, Aimé Césaire, Derek Walcott. Y al leerlos, descubrí una sensibilidad que no había descubierto. Volver a Jorge Luis Borges. El viejo sigue siendo un arbitrario feliz, con un candor y una inocencia que no se olvidan nunca.
¿A qué horas prefiere escribir?-Prefiero la mañana y, cuando no lo hago, acudo al horario del celador nocturno. La mañana tiene un sentido ético para el escritor. Escribo todos los días. La disciplina es agradecida. Hay días de sequía y de abismo, pero eso no permite la excusa de no escribir. El escritor no puede abandonar su lugar de trabajo. Creo con Flannery O´Connor, que si la inspiración existe, me encuentre en mi lugar trabajando. Si llega y no estoy, puede desaparecer. La mañana tiene una peculiaridad y un atractivo, y es sentir que has realizado lo que querías. Esa disciplina y persistencia está fortalecida por el acto de cumplirle a la escritura.
EpílogoDice que rescató palabras que escuchó en Cartagena cuando era niño, y no ha vuelto a oír.
“Estoy en sintonía y caminando por los lugares de infancia. Hay que cuidar las palabras. A veces usamos palabras no precisas para un acto, una conducta o un sentimiento. Hay que recuperar la lengua. En verdad, las palabras que uso en mi novela, la rescata su propia musicalidad”.
