Un celoso cuidador de museo llamado Luis Barriga fue el encargado de mantener unidas las piezas orfebres y cerámicas rotas de las diferentes culturas indígenas colombianas. Esa fue su labor durante cerca de 37 años, en lo que se consideró el primer trabajo de restauración museológica en Colombia.
Clemencia Plazas, quien fue directora del Museo del Oro durante 32 años (entre 1965 y 1997), relata que antes de la llegada de Juanita Sáenz, la primera restauradora de metales del recinto cultural, el trabajo de restauración de Barriga, lo realizaba con pegante común (Colbón).
Luis Barriga no solamente hacía labores de restauración. Juanita y Clemencia realizaron el pasado jueves una charla recordando algunas de las anécdotas más interesantes que sucedieron durante los años que trabajaron en el Museo. Contaron que el cuidador, además, se dedicaba a limpiar y clasificar cada una de las piezas que llegaban a ‘su’ Museo, el sitio del que hasta el año 1963 no permitió que una sola pieza saliera de allí. Ellas consideraban a Barriga como un hombre obsesivo, pero dedicado.
“Dentro de los lotes que llegaban había piezas rotas. Él se preocupaba por buscar las piezas y pegarlas. Las piezas se preservaron y exhibieron en ese concepto”, dijo Juanita.
En 1980 Sáenz viajó a Estados Unidos a tomar un curso de restauración, con lo que se empiezan a restaurar las piezas del Museo de forma más técnica.
Siete años después se crea la oficina de restauración del Banco de la República. Las piezas de exhibición y viajes de hueso textiles y oro eran restauradas por Sáenz. Hoy en día existen cuatro personas que realizan dicho trabajo.
Año tras año las cosas irían cambiando. Con la gestión de algunos embajadores, fue luego del año 63 cuando la colección salió del país. Ya ha realizado más de 200 exposiciones en todo el mundo.
Sin embargo, la selección de los objetos viajeros nunca ha incluido el Poporo Quimbaya o la Balsa Muisca, pues estas son consideradas las piezas más importantes de la colección del Banco de la República, quien corrió con los gastos de las primeras salidas, sin figurar como el principal gestor.
Bajo su dirección, Plazas fue testigo de las primeras salidas de la exposición, de las que recuerda una historia muy particular: 250 piezas fueron llevadas al museo de Cartagena, donde recogieron óxido por el ambiente húmedo. Cuando eso sucedió, Juanita y yo decidimos devolver esas piezas a Bogotá y llevar 300 hechas de oro puro, sin cobre, que resistían esas condiciones”, dijo.
También resulta curioso saber que hasta el año 1975 las piezas que viajaban se empacaban en papel higiénico. “La cara de la gente cuando se desempacaban las piezas era increíble”, contó entre risas Clemencia.
Ese mismo año, tras haber conseguido una exposición en Australia, un delegado del museo donde iba a viajar la colección, visitó Bogotá. Este recomendó a la directora del Museo, usar icopor para empacar la colección en las maletas de viaje. “Ahora se hace en espuma y es mejor para las piezas”.
Una de las historias más particulares re remite a la década de los 60. “Antes de cerrar el Museo a las 5 de la tarde, se hacía una ronda por los pasillos. En una de esas tardes, un curioso policía de turismo se metió detrás de los guardias de seguridad”, contó Sáenz. “Luego se cerraron las puertas de seguridad. Nadie se dio cuenta de que este sujeto estaba dentro del Museo. Todo el mundo se fue a su casa. Rezaba y lloraba encerrado en la bóveda y gritaba que lo sacaran de allí. Al final encontró un teléfono y llamó a una de las extensiones y lograron abrirle. Fue una anécdota de esas que no se olvidan”.
LA OFICINA DE REGISTRO
Antes de la creación de esta dependencia en 1987, Luis Barriga elaboró un libro escrito a mano con los registros de cada una de las piezas, sus viajes, su restauración y cada movimiento dentro del Museo. Esa fue una tarea que realizó durante 48 años.
Esta se crea luego de un viaje de Clemencia con el director del centro de registro del museo de historia natural de Nueva York, quien le recomendó que era necesario contar con esta oficina.
Entre 1990 y 1995, para el cuidado de la colección Clemencia tomó la decisión de guardar las piezas de oro por orden y función, un proyecto de digitalización que reunió las 83 mil piezas.
LA COLECCIÓN
La colección declarada Monumento Nacional y propiedad del Banco de la República comenzó con la compra de una pieza de 7777 gramos y 23,5 centímetros. Era el Poporo Quimbaya, una pieza maestra de orfebrería prehispánica.
Luego de 75 años, la colección del Museo, creado en 1939, es hoy una de las más importantes del mundo en su género, contando cerca de 34.000 piezas de orfebrería y 20.000 de objetos líticos, cerámicos, textiles y piedras preciosas.
En 1959 se inauguró una nueva sede del Museo del Oro en el sótano del edificio construido para el Banco de la República en el centro de Bogotá. En una sala rectangular, con vitrinas en sus flancos, se mostró por primera vez al público en general la que ya era entonces la mayor colección de orfebrería prehispánica del mundo.
Los pectorales, máscaras, poporos, colgantes, brazaletes, collares y recipientes son pertenecientes a las culturas Quimbaya, Calima, Tayrona, Sinú, Muisca, Tolima, Tumaco y Malagana.
El Museo cuenta con siete dependencias en varias ciudades de Colombia. Su sede central se sitúa en el centro de Bogotá, a pocos metros del Banco de la República.
En Leticia se encuentra el Museo Etnográfico; el Museo del Oro Tayrona se sitúa en Santa Marta; mientras que en Cartagena está el Museo del Oro Zenú. Así mismo, en Armenia se encuentra el Museo del Oro Quimbaya, en Cali el Museo del Oro Calima y en la capital nariñense el Museo del Oro Nariño.
- Museo EtnográficoEsta colección cuenta con más de 200 objetos de uso ritual y cotidiano de las etnias Ticuna, Uitoto y Yucuna.
- Museo del Oro TayronaLa Casa de la Aduana contará 2000 años de historia de la gente del Magdalena en una casa restaurada por el Banco de la República que ha vivido esta historia durante casi tres siglos.
- Museo del Oro ZenúEstá ubicado en el centro de la ciudad amurallada, frente al antiguo Palacio de la Inquisición. Fue ampliado y renovado totalmente en marzo de 2007.
- Museo del Oro QuimbayaFue renovado en 2006 como un museo de altísimo nivel estético y arqueológico, un aporte a una región que ha sabido desarrollarse como polo de atracción de turismo ecológico y cultural.
- El Museo del Oro CalimaSe remonta 8.000 años en la historia para ilustrar la vida en el valle de Calima durante los períodos Precerámico, llama, Yotoco y Sonso.
- Museo del Oro NariñoDedicado a las culturas prehispánicas del altiplano sur-colombiano -Capulí, Piartal y Tuza-, así como a la sociedad Tumaco de la llanura costera del Pacífico.
ALGUNAS FECHAS IMPORTANTES
En 1975 se crea el comité de compras de piezas arqueológicas, donde hubo un delegado de la Presidencia y un delegado de la gerencia del Banco.
En 1988 se nombra la colección del Museo del Oro, monumento nacional.
Desde 1939 hasta 1987 se llevaban registros manuales de la colección orfebre.
JUANITA SÁENZ OBREGÓN, RESTAURADORA DEL MUSEO
En el inicio de la década del 80, esta mujer llegó a hacer los oficios de restauración, y la encargada de la oficina que se creó en 1986.
“Desde que entré al Museo se creó la oficina de restauración en el 86, aunque Luis Barriga era el que hacía ese trabajo en las primeras épocas de adquisición de piezas y del Museo. Él era el que cuidaba las piezas y las exhibía”.
De acuerdo con Sáenz Obregón, su trabajo sirvió para la institucionalización de la oficina de restauración. “Se volvió importante ese oficio. Los que cambiaron fueron los materiales con los que se hacía restauración. Me encargaba del empaque de las piezas y también de la reserva del Museo”.
Luego de su salida en 2007, Juanita regresó para reencontrarse con un lugar donde estuvo durante 27 años. Reconoce que la oficina actual es producto de todo ese trabajo 'primario' que se hizo durante se estadía en el Museo.
“Ahora son cuatro personas las que están trabajando. Durante muchos años fui yo sola y en el año 86 entró un estudiante de restauración del Externado de Colombia, llamado Pablo Obando, con quien trabajé doce años y luego él se quedó a cargo de la oficina”, puntualizó.
Su pieza favorita es 'Urabá', un pájaro que actualmente se encuentra exhibido en la colección. “Ese pájaro llegó roto y unido con un pegante muy fuerte. Fue muy difícil restaurarlo, porque las patas tenían unas láminas. Me tocó inventarme una lámina de oro que se pegó por debajo de la pieza, para que la soportara”.
CLEMENCIA PLAZAS USCÁTEGUI, UNA VIDA DEDICADA AL MUSEO
“Hay que cuidar el recorrido de la colección porque ese es su currículum”. Lo dice Clemencia Plazas, quien llegó al museo cuando tenía apenas 17 años. Luego de casi 33 se retiró pensionada, con la satisfacción de haber dedicado su vida al Museo del Oro.
“Fueron años maravillosos. Cuando llegué aquí vi la necesidad de estudiar. Luché durante cinco años para que me pagaran la carrera, ya que en ese entonces no era bien visto que una mujer estudiara, hasta que me dieron la beca”.
Gracias a sus estudios de arqueología, fue que se empezó a realizar un trabajo técnico dentro del Museo, y que se lograron crear varias dependencias como la oficina de registro.
“El equipo de arqueólogos y de investigación ahora es enorme. En ese entonces no existían. Tuve la fortuna de estar en el lugar indicado. Trabajamos mucho en el Museo, pero al mismo tiempo, él retribuye mucho”, dijo.
Desde su cargo en la dirección del Museo, dedicaba su trabajo a las tareas de los estudiantes. “Siempre sentía que el estudiante que tenía que hacer una tarea era el que mandaba”.
Cuenta que si llamaban a la dirección a las 4 de la tarde y había un niño que tenía que hacer una tarea quimbaya, “me sentaba y le ayudaba, pues la idea del Museo era que había que trabajar hacia futuro”.
Hoy, luego de 17 años de haber dejado la dirección, aún recuerda los apodos que le tenía a algunas piezas. “Cuando yo me fui pensaba en la gente, pero, aunque los quiero mucho, pensaba más en la colección. Ricardo, ¿dónde estabas?, Fulanita ¿cuánto hace que no te veía? Hablaba con las piezas que me interesaban. El Tesoro Quimbaya tenía apodo. Javier era una pieza y Rodrigo era otra”.

