Fue su paso por El Universal y la circunstancia de llegar a ser el editor general del suplemento dominical de este diario lo que le dio a Gustavo Arango la oportunidad de escribir crónicas, el género periodístico que cultivó en las mismas rotativas, Gabriel García Márquez, su más admirado predecesor en el oficio.
Y es que parecía que también él tenía claro lo que el autor de “Caracas, sin agua” estableció en sus más de doscientos registros noticiosos de esa naturaleza: la crónica es un relato de hechos con fines informativos en el que el periodista transmite al lector su juicio y de acuerdo al estilo subjetivo que use puede llegar a convertirla en un producto literario con los límites éticos del periodismo.
Las crónicas de Arango no se escribieron solo para comunicar escuetos acontecimientos a un público lector. Esa es la función de la noticia. En las suyas había un ejercicio de creación literaria que los receptores no demoraron en descubrirle y celebrarle por ese deleite que produce leer un texto noticioso para informarse y al mismo tiempo para disfrutar del modo como este se le presenta.
El tratamiento es lo que hace que un tema se convierta bueno en las manos de un cronista; que no se agote en su presentación y que se constituya en material de ese artesano que escribe la crónica con destreza literaria. No es raro entonces que Arango también se haya inclinado después por la escritura de novela. En la crónica estaban muchas de las claves y Un Ramo de Nomeolvides, la biografía novelada de cierto período en la vida de Gabo, fue el ejercicio previo para decidir experimentar con el género narrativo mayor. Hoy, este colombiano que obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar en 1992, vive en Nueva York, donde llegó por recomendación de Tomás Eloy Martínez. Allá está vinculado al mundo de la academia como profesor, y allá el escritor pudo publicar El Origen del Mundo, la novela que el Premio Herralde de Novela declaró finalista en el 2007 y a la que México le concedió El Premio Bicentenario de Novela 2010. Acá en Cartagena fue lanzada en el 2011. Es una novela, claro, y se le puede dar también la credibilidad de una crónica. Y es que una y otra en la pluma de Gustavo Arango son privilegiadas por la belleza del lenguaje. En El origen del mundo, la sorpresa alcanza su éxtasis en una parrafada final como esta:
“Sabía que el hombre y la mujer nunca iban a encontrarse, porque el amor existe para no ser hallado. Pero ella seguiría escribiendo y él seguiría tratando de encontrarla. Imaginó que la mujer llegaría a sentir tanto placer con la escritura, que muy pronto empezaría a escribir una novela. La supuso elaborando una compleja fantasía sobre un hombre que encontraba su placer en escribir sobre mujeres escribiendo”.
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