Una flor, es la muestra en escena de un artista que vive de la poesía, de un poeta que con lírica contó sus vivencias, de un hombre que soñó y compuso versos alusivos al amor.
Esa flor que simboliza la mujer, su belleza y su tenencia, es prueba de una pasión que aún vive en aquel artista al que le basta una declamación de sus poesías y la posibilidad de pasear en medio de su público, para sentirse satisfecho de no ser “uno más del montón” y mantener un contacto directo con éste.
Ese es Gustavo Enrique Gutiérrez Cabello, hijo de Evaristo y Teotiste, nacido en Valledupar un 12 de septiembre de 1940, y criado en medio de aquel escenario que sirvió de eje histórico y cultural para el municipio que lo vio crecer, la Plaza “Alfonso López”; sitio que en su vida también hizo leyenda.
Lugar de su inspiración, donde se concentran decenas de historias de un compositor que creció escuchando la melodía del piano, el violín y la guitarra interpretada por su padre, quien siempre demostró su refinado gusto por la música clásica; la misma que sirvió para educar el odio y los sentimientos del pequeño Gustavo, en ese entonces. Costumbre que lo ayudó a encontrar en sus canciones, un estilo de vida, su método económico de subsistencia y la herramienta para desahogar sus vivencias, buenas y malas, de amor y desamor, de alegría y enojo, y de cuantos más antónimos marcaron la existencia de Gustavo Gutiérrez, hasta hoy.
Él, poeta, aunque asegura no serlo, es ahora el gran homenajeado del Festival de la Leyenda Vallenata, luego de casi cincuenta años de vivir compartiendo sus sentimientos con el público, a través de sus letras. Tiempo necesario, durante el cual compuso cerca de 110 canciones con las que escribió una nueva fábula en la historia del vallenato.
Tobías Enrique Pumarejo, primo hermano del padre de Gustavo, conocido como ‘Don Toba’, fue entre Escalona y Leandro Díaz, el más substancial, a la hora de elegir un referente en su historia musical.
Versos como: //Cuando pases por el puente, no bebas agua del río. No dejes amor pendiente, como dejaste el mío//, ese verso de don ‘Toba’ marcó el estilo de Gustavo Gutiérrez, y según el mismo lo afirma, lo tenía de bandera en su habitación para servirle de base para sus propias canciones.
Tobías Enrique fue en la historia del vallenato, de los que primero respondió a las características poético musicales, con las que inspiró a un compositor en potencia en la elaboración de sus propios textos. Hecho que sumado a la frecuencia de su visita a la casa de los Gutiérrez, permitió el contacto entre dos maestros que hoy dejaron huellas imborrables para la música de la provincia.
‘El flaco’ además aprendió de otros de los precursores del vallenato, Rafael Escalona, a quien le reconoció el estilo de la crónica.
Esto teniendo en cuenta que uno de los cronistas más destacados en Valledupar, fue dicho maestro. Estilo que se veía reflejado en la manera como describía sus sentimientos con trazos líricos y formas depuradas, contenidos en sus cantos vallenatos.
Así también, Leandro Díaz significó para Gustavo un gran aporte. Conocido como “el cantor que ve con los ojos del alma”, encantaba con su capacidad de convertir lo cotidiano en poesía, con una descripción tan completa, agregándole a ello su capacidad imaginativa, de su propia individualidad y un poco de fantasía, lo que incrementó las posibilidades de una nueva propuesta musical a los demás compositores.
Dichos antecedentes existentes en cuanto a las formas de composición de cantos vallenatos, les fueron de significativa utilidad e inspiración para Gustavo, agregándosele los conocimientos que ya tenía en el tema musical, y de construcción de textos.
Incluso el reconocimiento de la vena artística de los Gutiérrez, ayudó a hacer del “árabe” (así le decían sus amigos por el aspecto que adquiría al usar en su cuello un pañuelo, con el que evitaba que se le sudaran los cuellos de las camisas), al artista que fue, es y seguirá siendo por los años que perdure su herencia musical.
Sobre su referente musical y conocimiento de este arte, Gutiérrez hizo la siguiente comparación: “Uno en la vida para hacer una propuesta debe conocer los antecesores y haberse documentado bien. Yo quería componer como Escalona, pero la fragilidad humana mía y la timidez casi enfermiza que yo tenía, se reflejan en mis versos.
Mientras él decía, “tranquilízate Maye que yo te regreso enterito al día siguiente”, yo no era capaz de decir una frase así. Prefería por el contrario coger una flor y decirle a la novia que era bonita y demás mensajes para coquetearle. Por eso rompí con un vallenato distinto. No era el lenguaje del machismo vallenato”.
Sus letras…;
Aunque a sus 20 años aproximadamente, ya Gustavo Gutiérrez daba serenatas con su grupo musical ‘El trio serenata’, con quienes cantaban boleros de Los Panchos y bambucos; fue hasta 1963, a sus 23 años, cuando él creo sus primeras canciones: Suspiros del alma, La espina, Confidencia y Morenita, las que sacó a su primer amor.
Sobre su estilo, la licenciada en psicología, Marina Quintero y Ramón David Jiménez, ambos autores del libro ‘Gustavo Gutiérrez Cabello, el poeta de la añoranza’, con él la canción vallenata sufre un viraje de lo puramente local y bucólico a un refrescante subjetivismo, puesto que temáticas como el amor y el desamor, la vida y la muerte, el goce y la pena, lo femenino y masculino, tienen presencia permanente en su obra.
“La incursión de Gustavo Gutiérrez al ámbito de la composición vallenata marca una diferencia con la tradición narrativo costumbrista, por cuanto la temática que introduce, el particular manejo del verso y la configuración innovadora de la estrofa, orienta la expresión musical por el sendero de la lírica”, explican los autores en el libro sobre la vida del maestro.
Agregan en el documento que “el aporte innovador de Gutiérrez, tanto en contenido como en forma, no es espontáneo, él responde a circunstancias históricas y sociales que incidieron en la cultura regional, como también a movimientos culturales de carácter universal…; Desde sus primeras canciones pudo apreciarse cómo el juego de su imaginación construía mundos propios, donde los objetos y motivos de la realidad quedaban incluidos, logrando con ello efectos emocionales en sí mismos y también en quienes recibían su mensaje poético musical”.
Sobre su estilo, Gutiérrez manifestó que “yo escuchaba música distinta a la del acordeón, y la sensibilidad que yo tenía no era igual a la de los compositores narrativos y cronistas. A propósito yo me puse a depurar bien el verso, yo trataba de ser perfeccionista”. Agregó que “recuerdo que en las serenatas que dábamos, nos permitían un chancecito y ahí yo cogía la concertina o el acordeón piano y cantaba, una o dos canciones mías”.
Entre tanto, en cuanto a su primera obra, Gustavo Gutiérrez sostuvo que “a mí me gustaba mucho la poesía, y a los 23 años tuve un desengaño y como consecuencia lógica, el que está triste y le gusta escribir, conociendo de la poesía, lo primero que hace es coger un papel y un lápiz y se pone a escribir, pero como yo era músico, cogí el acordeón y también saqué la melodía. Es más fácil hacer la música primero. Así fue como salió mi primera canción “Confidencia, yo no sabía si eso era vallenato”.
La vida de un soñador
En lo que concierne a su vida académica y de formación es oportuno recordar que Gustavo Gutiérrez estudió en el colegio Antonio Nariño donde aprendió Preceptiva Literaria. Después sus padres lo enviaron a estudiar a Medellín a comienzos de los años cincuenta en el colegio de la Universidad Pontificia Bolivariana, luego en el Colegio San José.
De regreso al Valle se dedicó a labores en la finca de su familia, cerca al pueblo. Después fue a Bogotá a concluir sus estudios, donde se graduó de bachiller en el José Celestino Mutis, e inició sus estudios de Administración de Empresas en la escuela de negocios EAN, la cual termina en 1974. Cuando regresó de Bogotá había compuesto unas 40 canciones y fue en esos años cuando Consuelo, Darío Pavajeau y Escalona lo apadrinan para ocupar la dirección de la Oficina Departamental de Turismo (1974-1979), su único cargo público que le permitió dirigir el festival.
“Me despido porque la inspiración no me sirve de nada”
Transcurridos varios años, y luego de haber compuesto más de 100 canciones, Gustavo Gutiérrez decidió despedirse con un tema como “No pido más”, donde dice que: // Hay soledades que duelen mucho, y hay un silencio para pensar. Hoy quiero luces para que alumbre lo que me falta por caminar. Yo solo le pido a la vida que me de felicidad y que mi conciencia duerma siempre tranquila. Yo quiero sentir el aprecio de mis amigos, vivir feliz en el valle. No pido más, porque no quiero ser golondrina que errante va. Yo solamente quiero luces que alumbre mi oscuridad/.
Con esta canción, este hombre que elevó grandemente la música vallenata, con su propuesta de construcción e interpretación, colgó la pluma que por muchos años fue su cómplice en las desdichas y alegrías.
“La meta mía era elevar más poesía al vallenato, ese era mi proyecto. Pero, por ahí leí que habían muchachos que decían que la poesía era cursi, por eso tampoco quiero escribir más, porque noté que iba a haber un alejamiento más hacia la juventud”. Esta fue una de las razones, que según Gustavo, lo llevaron a tomar la decisión de silenciar sus sentimientos, que ahora solo vienen cargados de inspiración, esa que ya no sirve de nada.
Sostuvo que “me salí del entorno en el que viví, donde yo hice las palabras inolvidables, allá por el cañahuate, todo eso desapareció. La violencia, afecta mucho el entorno, ya no estamos en los tiempos de antes y darse cuenta de eso lo va a afectando a uno. Por eso mis canciones las estaba notando demasiados tristes, y el que cuenta sus penas espanta. Al dolor siempre le pongo la figura literaria, pero últimamente me siento que a la juventud le gusta otra clase de música”.
De esta manera, las letras de este hombre, de este señor compositor, seguirán teniendo vigencia solo en el legado que ya dejó, y en las presentaciones donde la rosa seguirá siendo el símbolo de las musas que fueron su inspiración.
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