En la Antártida el riesgo de morir es alto. Las condiciones climáticas son extremas. En este continente, el único que le pertenece 100% a toda la humanidad, se pueden experimentar temperaturas de hasta -94 grados centígrados y vientos de hasta 300 kilómetros por hora. Para ir, no es suficiente un boleto de avión y una chaqueta para el frío.
Rosa Acevedo ha estado en la Antártida. Esta corozalera que desde pequeña mostraba el interés innato por la investigación observando con detalle las colmenas de hormigas que había en el patio de su casa, ha vivido en primera persona los desafío de investigar en este territorio, los efectos del cambio climático que se evidencian con mayor fuerza en este continente y la grandeza de la creación. Lea aquí: Científicos chinos descubrieron decenas de lagos bajo el hielo de la Antártida
Tuvo la fortuna de nacer en casa de educadores, así que las metas con respecto a su futuro siempre estuvieron ligadas al estudio como esa única herencia que dejan los padres. En su familia pensaban que sería veterinaria porque mientras otros niños le lanzaban piedras a las aves, Rosa las recogía para cuidarlas, pero ella sabía que su meta era ser bióloga, y su papá tenía claro que quería que su hija estudiara también una maestría y un doctorado, y así fue.

La profe Rosa, como es conocida en la comunidad académica que la rodea, es también Magíster en Microbiología y Doctora en Toxicología Ambiental. Pero, ¿cómo es que llegó a la Antártida? Lea aquí: Así va el proceso de una cartagenera para recuperar su cabello natural
De Cartagena a la Antártida $>
Desde hace 23 años la profe Rosa vive en Cartagena, su hermano mayor ya tenía un tiempo en La Heroica y una oferta laboral de la Universidad Tecnológica de Bolívar la arraigaron a esta tierra. Y fue precisamente en ese espacio académico del que hace parte como docente e investigadora en el que se le abrió la puerta a uno de sus sueños.
“Tenía dos anhelos: conocer a las ballenas en su estado natural, no en acuarios, y conocer la Antártida. Así que en el 2016 presentamos un proyecto de investigación ante la Comisión Colombiana del Océano, que es el coordinador del Programa Antártico Colombiano, y fue aceptado. Luego el rector me llamó y me dijo: ¿Quieres ir a la Antártida?”, cuenta la profe Rosa. Lea aquí: Nicole Sánchez, la escritora cartagenera que defiende el costeñol
Así comenzó una travesía diplomática ante España para viajar en su buque, vinieron exámenes físicos y psicológicos, y un curso pre-antártico donde le hablaron de los riesgos y cómo enfrentarlos. Todo esto cuatro veces. Sí, la profe ha hecho parte de cuatro expediciones científicas de Colombia a la Antártida en 2017, 2018, 2019 y 2020 a bordo de los buques Almirante Padilla, Almirante Tono, Almirante Campos y Almirante Parra.

Las expediciones ocurrieron de enero a marzo de esos años, y duraron hasta 45 días en los que pudo avanzar en su investigación, crear lazos con otros científicos e investigadores, y contemplar el mundo en su estado más primario y natural. Para ella ir a la Antártida fue como ir a otro planeta. Lea aquí: Captan rara llamarada gigante procedente de un magnétar
La muerte y el silencio $>
Cuando cuenta esta historia, Rosa lo dice todo. Ella ha experimentado ya los riesgos de la expedición, unas manchas en sus brazos y la visión que se vio diezmada por la exposición a la radiación que le generó unas cataratas seniles prematuras, dan cuenta de lo crudo del viaje. Su piel está en tratamiento y su vista volvió a ser 20/20 después de dos operaciones, pero a su alrededor sigue viendo cómo ese continente sobre el que está el agujero más grande y el más profundo que ha tenido la capa de ozono en la última década según la Organización Meteorológica Mundial (OMM).
Compañeros con cáncer de piel y con otras afecciones entran en la lista de efectos de la exposición durante la travesía, incluso cuando se llevan y se mantienen todas las medidas de precaución. Pero sin duda uno de los momentos más difíciles fue la muerte de un compañero en la expedición del 2018. Lea aquí: Osvaldo Rafael Valdés, un poeta de la paz en los Montes de María
“Cuando caes al agua sin el traje térmico tienes 5 minutos de vida. Habíamos salido de una reunión, y un tiempo después nos dimos cuenta de que él no estaba, lo buscamos pero ya era demasiado tarde. Buques científicos que estaban cerca apoyaron la búsqueda del cuerpo, era como buscar una aguja en un pajar, gracias a Dios flotó y pudimos entregarlo a la familia”, relata la profe, quien escucha con atención mi siguiente pregunta y reflexiona brevemente sobre la respuesta.

“Profe, y conociendo todos esos riesgos, ¿por qué volver?”, le pregunto.
“En la Antártida se puede escuchar el silencio, pero el de verdad, se siente paz, conexión con Dios, admiras la creación en todo su esplendor, es majestuosidad, ver ese paisaje 95% hielo es imponente, te hace respirar inmensidad. Además, es de todos. Es la única parte del mundo donde ves una base inglesa y argentina que se ayuda, es una muestra de que sí podemos ser una humanidad unida, además de todo el trabajo de investigación que cobra vida en todas las ciencias, es un gran laboratorio...”, responde mientras busca en su Facebook ese paisaje majestuoso del que me hablaba. Lea aquí: La nave más grande de la NASA ultima detalles para su viaje a luna de Júpiter
La profe Rosa sigue investigando pero ya no puede volver a la Antártida, al menos por 7 años. “Tengo una restricción médica”, asegura, pero remata diciendo lo que anticipé cuando continúa abriendo más y más carpetas de fotos. “Pero si pudiera, claro que volvería”.
La profe Rosa ama contar su historia, no tanto por ella, lo hace por la mujer en la ciencia. A través de espacios creados por el Programa Ondas de la UTB tiene conversaciones con niñas de Cartagena y otros municipios de Bolívar contándoles sobre su experiencia, esas características que ella considera clave para cumplir sueños como un viaje a la Antártida: disciplina, pasión y constancia.
“En la Antártida solo el 20% de los investigadores son mujeres, debemos romper esa brecha, por nosotras y por nuestras niñas”.