La Institución Educativa Nuestra Señora del Perpetuo Socorro (IENSPES), una de las ocho sedes intervenidas por el Distrito, retomó sus trabajos de remodelación luego de que fuera negada la tutela que los había suspendido provisionalmente.
La figura de la Virgen es iluminada en el rostro por el sol a las 10 de la mañana. Al interior de la institución no se percibe aquella aguda tonada que los profesores suelen usar para resaltar alguna palabra importante de su lección, tampoco se escucha el bullicio de los estudiantes ni se detecta movimiento alguno, a excepción de un leve sonido metálico que retumba discretamente.
No es hasta pasar por un callejón que, a través de los calados, se puede observar a un grupo de pequeños sentados en círculo alrededor de su maestra. Este contraste de silencio absoluto de un lado y operaciones escolares del otro se debe a que la institución está dividida en dos bloques.
El bloque uno cuenta con tres salones en cada planta, para un total de seis. Fue el primero en ser dispuesto a los procesos de remodelación y adecuación, por ello el único movimiento perceptible de este lado es el de los trabajadores sacando materiales viejos del aula del fondo.
Al pasar una pequeña reja se accede a un callejón que bordea el laboratorio, visible a través de un ventanal. Al salir, se llega al bloque dos, donde está la cancha; desde su centro se obtiene una vista a todos los salones que la rodean. Allí se encuentra el mayor número de aulas y se observa a los estudiantes, uniformados con polo blanco con detalles verdes en el cuello y las mangas. A la hora del descanso patean una botella, imaginando que juegan la final del mundo. De un lado, los salones vacíos y polvorientos; del otro, la vida escolar que se aferra a continuar.
La suspensión y la reanudación de las obras
En uno de los salones abandonados, desde el 12 de agosto permanece en el tablero la actividad grupal que consistía en determinar el tipo de reacción química presente en las fórmulas asignadas. Para el sábado 16 ya no se habló de compuestos ni del diptongo en el bloque uno: ese día el ingeniero y su equipo de trabajo dieron inicio a las primeras labores.
A lo largo de la semana comenzaron a trasladar sillas y demás elementos a los salones del bloque dos, que permanecían inhabilitados y que se adecuaron para su uso posteriormente. Lo siguiente fue retirar los 445 metros cuadrados de cielo raso de poliestireno expandido (icopor) y desconectar el fluido eléctrico para desmontar las antiguas conexiones.
Sin embargo, el 25 de agosto la noticia de la suspensión provisional de las obras desconcertó a la comunidad académica y a los trabajadores. Lea: Tutela suspende obras en 8 colegios de Cartagena: estos son los argumentos
El rector José María Lara Gutiérrez de Piñeres, al frente de la institución desde 2016, lo resume en sus declaraciones: “Nosotros teníamos veinte años de estar esperando intervención. Lo único que pudimos hacer fueron algunas adecuaciones”.
“La tutela nos perjudicó, sin embargo, no hemos suspendido clases en ningún momento”. Y lo dice con orgullo.
La intervención apenas comenzaba a identificar algunos malestares de la estructura. “El sistema de iluminación era muy pobre, además teníamos un problema de voltaje: los aires no terminaban de prender en la biblioteca y otros espacios”, dijo Javier Lora, ingeniero encargado.
Seis días las obras estuvieron suspendidas debido a la acción de tutela. Esta argumentaba que la remodelación ponía en riesgo la integridad física de la población estudiantil en las ocho sedes de distintas instituciones y, en algunos casos, interrumpía la entrega del PAE (Plan de Alimentación Escolar).
El fallo del 1 de septiembre negó la tutela. En concordancia con lo expresado por la jueza Elizabeth Araújo, en el IENSPES todo marcha según lo previsto. Por ejemplo, el Plan de Alimentación Escolar se sigue entregando en forma de raciones industrializadas: lecherita, panes, banano y bocadillo. Lea también: 8 colegios de Cartagena vuelven a obras tras fallo: ¿cómo garantizarán las clases?
Lo que esperan los maestros y estudiantes
La Institución ha diseñado un plan para que las obras se realicen con la menor afectación posible a sus 1.050 estudiantes. El inmueble ha sido dividido en seis sectores, que se van habilitando de acuerdo con el avance de los trabajos.
Como primer paso, la biblioteca y el salón de arte fueron habilitados como aulas. Además, la psicoorientadora explicó a los estudiantes que deben permanecer en el bloque dos por su seguridad. La mayoría de los cursos realizó un recorrido preventivo, aunque la curiosidad de los más pequeños los empuja a asomarse por el pasillo que da a los laboratorios. Allí, uno que otro bajito de siete años se queda mirando en silencio, como si quisiera descifrar qué misterio guardan las obras.
Los estudiantes ya se han familiarizado con los salones habilitados en el segundo piso del bloque dos, donde incluso ahora cuentan con aire acondicionado en algunas aulas.
Luego de la reanudación de los trabajos de aquel miércoles, 3 de agosto, el plan es continuar con el desmonte del techo antiguo que será reemplazado por tejas termoacústicas de PVC en el primer bloque. El nuevo material hará más tolerable para los estudiantes las horas más intensas del calor, cuando antes resultaba imposible sostener una buena oración a causa del sofoco que provocaba el viejo techo.
Las palomas, entretanto, han hecho del colegio su propia casa: se posan por doquier y dejan caer sus excrementos sobre los pasillos. El olor agrio se mezcla con la humedad de las paredes descascaradas, marcadas por manchas oscuras que recuerdan años de abandono. La madera que sostiene el techo —ahora convertido en palomar— es amenazada por el comején.
Los baños tampoco escapan al deterioro: algunos dejan de funcionar, los alumnos tienen varios fuera de servicio y los profesores se conforman con un único sanitario disponible en el área donde descansan.
En ese salón de profesores está sentado Roberto Romero, docente de filosofía desde hace ocho años en la institución. No se extiende tanto en hablar de daños estructurales, pues su expectativa con las obras es alta. Prefiere relatar que la población estudiantil proviene en su mayoría de sectores como Boston, Olaya Herrera, La Esperanza, La Candelaria y Las Playitas.
Romero enfatiza que a lo largo de estos años ha procurado apoyar a los chicos en su desarrollo integral. “Ellos son el resultado de lo que leen, tienen más idea de lo que quieren hacer luego de egresar; ese es un cambio que he notado desde que inicié aquí”.
El profesor espera que los estudiantes cuenten con espacios adecuados para desarrollar actividades como el club de lectura crítica, el ajedrez o el arte. Apuesta mucho por ellos: afirma que el alumnado ha dejado atrás la violencia que solía asociarse a los sectores de donde provienen.
Todo indica que se cumplirá lo pactado contractualmente y que los trabajos no superarán el mes de diciembre si no hay nada extra por realizar.
La comunidad de la Institución Educativa Nuestra Señora del Perpetuo Socorro espera con ansias que todo llegue a buen puerto. Docentes, directivos, estudiantes y trabajadores añoran que las instalaciones —que vienen pidiendo desde hace más de una década— estén transformadas al nivel de su calidad humana.
En la institución, de puertas para adentro, no importan las rencillas políticas. Importa que aquel chico que se asoma del otro lado de la reja pueda caminar desde la cancha y ver, en la otra orilla, la figura de la virgen mientras el sol resplandece sobre su rostro y sobre todo, una institución renovada.
*Texto escrito por estudiante de Comunicación Social de la UTB.