Cierto día escuché a alguien decir que la educación es la única opción que tenemos de romper la cadena que trae consigo el ser animales, y así, trascender del comportamiento primitivo a una belleza que nos otorga el ser civilizados; entender quiénes somos aquí y ahora.
Convertirnos en ciudadanos civilizados, por supuesto, conlleva a desafiarnos y preguntarnos desde dónde se nos enseña. En América Latina, por ejemplo, “seguimos viendo el mundo desde Europa, lo que no nos ha permitido llegar a nuestro lugar”, le escuché decir a un podcaster de Spotify. Y cuánta razón tenían sus palabras, porque todos en algún momento nos hemos tropezado con alguien que ve el mundo desde otro lugar, menos desde el suyo. Lea también: De Alejandría a Cartagena: Aciman, Afrodita y el arte de imaginar
Bien podríamos ser esa persona consumida. En el mundo globalizado de hoy, y desde de la pantalla, podemos preguntarnos por qué no estamos degustando un croissant en una terraza cerca al palacio de Versalles, por qué no poseemos un perfil irlandés tan bello como el de Paul Mescal en sus post, la popularidad de Zendaya o la suerte de las hermanas Kardashian.
Nos cuesta admitir que estamos en otro lugar, en una realidad que de hollywoodense no tiene nada: la batería nunca nos alcanza, tenemos menos de 2.000 seguidores y la realidad alterada. Buscamos un toma corriente donde quiera que vamos, y la peor de las tragedias: nos subimos a Transcaribe, o a la buseta, y ya no sentimos lo mismo que antes, cuando poníamos nuestra atención en los chismes e imprudencias desaforadas en los espacios públicos. Parece no impresionarnos la realidad.
Al arte de NO observar como moscas: la dieta frente al banquete digital
Los usuarios actuales, y me incluyo, viajamos por las pantallas una y otra vez. En todas partes y a la vez en ninguna. Y es una pena, siendo seres humanos equipados con un ángulo de visión de 120 grados, con el que ordenamos, jerarquizamos, desarrollamos la observación y nos formulamos preguntas. Las moscas (con un ángulo de visión de 360 grados), se vuelven locas viendo todo, y a la vez observando nada. Por lo que caer en este ángulo de visión sería lo más parecido a no tener nada que preguntar.
Ecofenomenología como alternativa
El reto es estar en el aquí y ahora, y es una gran preocupación en escuelas de América Latina. Para el investigador Germán Duque, observar es un ejercicio difícil en el mundo contemporáneo. Duque trabajó como corresponsal de El Tiempo y Portafolio en Miami, escribe en su plataforma E-duque.net y ha dedicado años a la investigación en Estados Unidos y Latinoamérica. Actualmente Germán se encuentra en Cartagena fotografiando aves y con una propuesta para el Caribe colombiano; una herramienta de desconexión para jóvenes frente al uso excesivo de pantallas.
“El cambio en los hábitos escolares ha sido determinante. En la medida en que los jóvenes han dejado de escribir se pierde el proceso de la escritura y pensamiento. En los colegios están prohibiendo el celular, pero el niño sale con más ganas de verlo”, señaló Duque.
La ecofenomenología, es una rama de la fenomenología (estudio de la experiencia vivida y la conciencia), y la propuesta de desconectar a jóvenes para conectar con la naturaleza tiene mucho que ver con redescubrir la experiencia directa y sensorial del entorno.
Si el uso excesivo de pantallas limita la capacidad de atención, la ecofenomenología ofrece una vía para revertir este efecto; una conexión sensorial para redescubrir detalles.
Frente al fenómeno, Germán Duque propone las salidas de campo. Todo este material se organizaría en una biblioteca virtual creada desde la escuela, alimentada por los mismo estudiantes. Lea también: Bucear con papá (o con quien vino en su lugar)
“No se trata de comprar más enciclopedias o libros, sino de crear conocimiento real del entorno donde crecen esos niños. Con estas bibliotecas, lo que se busca es abrir posibilidades de pensamiento diferente. Despertar a futuros biólogos, arqueólogos, artistas o grandes fotógrafos”, afirmó Duque, al destacar que la herramienta en la que trabaja, con ayuda del grupo de Educación Virtual de la Corporación Universitaria UNITEC de Bogotá, puede servir de insumo a profesores para clases más dinámicas en ciencias, biodiversidad o historia local.




Duque hoy se encuentra socializando el proyecto en varias ciudades del país, con la ilusión de que secretarías de educación distrital o gubernamentales se interesen en él e implementen el modelo en una fase piloto. Su apuesta busca replantear la forma en que América Latina entiende la educación en tiempos de hiperconexión.

“Yo creo que la familia también empieza a encarrilarse cuando hace una dieta de conocimientos, una dieta digital que le aporta a todos. Eso nos permite desprendernos de la dependencia de Hollywood y de todo lo que viene de afuera. Lo que uno lee a diario moldea la realidad. Por eso si uno quiere evolucionar su propia mente, debe alimentarse no con información chatarra, sino con aquella que despierte conocimiento y, sobre todo, curiosidad”.
Lo que nos saca de la realidad
En 2014 había en Colombia 20 millones de usuarios de redes sociales; en 2023 fueron 38,4 millones, según Statista. Los jóvenes pueden pasar más de 80 horas semanales frente a las pantallas.
Un estudio de Facebook mostró que el 32 % de las adolescentes inconformes con su cuerpo se sienten peor por Instagram. A esto se suma el diseño adictivo de TikTok, que afecta la concentración en tareas educativas y extracurriculares.
Sin embargo, parece haber una intención de desconexión. De acuerdo con La República, los usuarios activos de redes sociales en Colombia disminuyeron en los últimos años: en 2023 fueron 38,4 millones, tres millones menos que en 2022, y cada vez los jóvenes publican menos.
El fenómeno es global. The New Yorker, en el artículo “Are You Experiencing Posting Ennui?”, señala que compartir momentos casuales ya no tiene el mismo sentido: la presión de crear contenido y mantener relaciones volvió tóxica la experiencia, y con un ecosistema fragmentado, los usuarios han comenzado a retirarse.