La vida no siempre se escribe en solitario: está atravesada por condiciones sociales y estructurales, pero también por decisiones; ya sean propias o ajenas, que provienen de una fuerza que nos supera, pues hacemos parte de una realidad mayor, como si el azar se entremezclara con el destino y repercutiera directamente con el rumbo de una o muchas vidas. Hace 13 años, este medio publicó la historia de Katty Fonseca, una joven que perdió sus piernas tras ser atropellada por un camión, en la carretera La Cordialidad, que en ese momento estaba en construcción.
El accidente lo cambió todo. Una tragedia individual que reflejaría el contexto colectivo en ese momento: huir por la violencia, un pueblo del cual toca irse ante la falta de acceso a la educación superior, y una construcción sin señalizaciones, un conductor que no la vio, pero sobre todo, una empresa que la contrató, y con la que aún se encuentra en una contienda legal. Lea también:Mercado campesino en Los Calamares dejó ventas de $17 millones
Un hecho traumático puede obligar a quien lo experimenta a reconstruirse aún cuando le tomó por sorpresa. No obstante, la grieta que dejó puede frenarse, sanar, y germinar una existencia inimaginable. Kathy ha sido muchas a la vez: niña, adolescente, sonriente, apasionada, y también una mujer que aprendió a habitarse de nuevo. En la inevitable levedad de ser otra, eligió abrirse a una manera distinta de comprender la vida.
A través de un nuevo episodio del podcast SERes de El Universal, Kathy contó su historia.
La vida antes del accidente: la historia de Kathy Fonseca
Katty Fonseca nació en La Guajira y allí pasó su infancia y adolescencia. A los 9 años, debido a un accidente tuvieron que mudarse a Bolívar: un bus que transportaba gasolina de contrabando había chocado frente a su casa. El incendio los dejó sin nada. Seis años después, su padre fue secuestrado en La Guajira y hasta hoy no se sabe nada de él. Poco después, su hermano fue asesinado. Katty, su madre y sus dos hermanas decidieron dejar atrás esas pérdidas y mudarse a El Carmen de Bolívar en busca de un nuevo comienzo.
El cambio no fue fácil, porque el sueño de la universidad parecía lejano como su ubicación misma. No había oportunidades para estudiar cerca. Sin embargo, las ganas de salir adelante fueron más fuertes. Sacaron un crédito con ICETEX y junto a su hermana encontró la oportunidad de viajar a Cartagena para matricularse.
Durante los primeros semestres vivieron con un familiar. En quinto semestre, con 19 años, Katty consiguió su primer trabajo en una empresa cerca de la Terminal de Transportes. Ahora podría pagar una pensión para ella y su hermana, y ayudar a liberar a su madre de la carga económica.
Parecía que todo iba bien, pero era apenas el inicio de lo que se avecinaba.
El accidente
Katty se sentía bien en su trabajo, sus jefes estaban satisfechos y ella orgullosa de empezar a sostenerse por sí misma. Le tocó duro; despertaba a las cinco de la mañana para cumplir la jornada laboral hasta la tarde, y luego correr a la universidad. A las once de la noche llegaba a su casa exhausta a preparar todo para el día siguiente.
El 16 de noviembre de 2012, a la hora del almuerzo ocurrió la tragedia. Ese día no salió con sus compañeros al mediodía. Eran casi la una cuando decidió buscar comida porque le tocó extenderse. Algo la prevenía: primero se regresó porque la sombrilla que no servía, y después un trabajador de la estación de servicio le pidió un favor. Al tercer intento cruzó la vía. Fue entonces cuando un camión en contravía la arrolló.

El proceso legal
La batalla legal ha sido larga. Su abogada, Arlet Figueroa, recuerda que desde 2019 presentaron la demanda contra la empresa en la que trabajaba cuando ocurrió el accidente. El argumento de la compañía era que el atropello había sucedido fuera de la oficina y en horario de almuerzo, por lo tanto, debía catalogarse como un accidente común de tránsito. Sin embargo, las pruebas demostrarían lo contrario: Katty cumplía una orden directa de sus jefes, debía recoger su almuerzo en un restaurante cercano para continuar con la jornada en horario extendido.


La abogada cuenta que las juntas de calificación de invalidez nunca reconocieron el caso como laboral, pese a que el dictamen fijó su pérdida de capacidad en un 68,68 %. Aun así, la defensa insistió en que la responsabilidad recaía en el empleador, no solo por las órdenes impartidas aquel día, sino por las omisiones en planes de seguridad vial, en protocolos de salud en el trabajo y en normas internas de la empresa.
El proceso estuvo marcado por tutelas, reclamaciones y hasta una contra-demanda de la empresa, que buscaba que la pensión de Katty se reconociera como de origen común para presuntamente evadir responsabilidades.

La justicia, sin embargo, desestimó esta acción. Finalmente, el pasado 27 de junio de 2025, el Tribunal Superior de Cartagena falló a favor de Katty: reconoció su accidente como laboral, declaró la culpa patronal y ordenó a la empresa pagarle los salarios dejados de recibir desde 2016, reintegrarla adaptando su puesto a su condición y garantizarle la pensión por parte de la ARL.
La vida 13 años después del accidente
A Katty Fonseca no la detuvo el accidente. Que sus sueños quedaran en pausa no era una opción. Así que una vez terminó la carrera y ante la falta de oportunidades laborales en Cartagena, se regresó a El Carmen de Bolívar y se topó con una realidad campesina, la abundancia de leche no lograba venderse.

Como había estudiado en un colegio agroindustrial empezó a preparar yogur casero. Lo que inició como una prueba en la plaza del pueblo, pronto se transformó en Artisán, una empresa que hoy cuenta con sala de procesos propia, registro Invima y una línea de productos en expansión.

Tiene fe de lo que pueda ocurrir en los próximos cinco años y anhela consolidar su empresa, ampliar su mercado y seguir demostrando que aquel evento traumático no fue todo en su vida, al contrario, la impulsó a reinventarse.
