Edwin Torres Padrón (Barranquilla, 1969) es, probablemente, el cronista judicial más constante y riguroso que sobrevive en Cartagena de Indias, luego de 32 años de ejercicio profesional: nueve en La Libertad de Barranquilla y 23 en el diario El Universal. Es quien llega más temprano al periódico y quien se va más tarde. Entre las crónicas que ha escrito sobre episodios de sangre en Cartagena y el Caribe colombiano, privilegia la de la masacre en la Ciénaga Grande (Nueva Venecia y Buenavista), en la que 37 pescadores fueron asesinados por paramilitares bajo las órdenes de Rodrigo Tovar Pupo, alias ‘Jorge 40’.
La crónica la publicó La Libertad el 23 de noviembre de 2000. El cronista fue a la zona de la masacre y entrevistó a familiares de las víctimas. También destaca la crónica que hizo sobre el triple crimen en Chochó, ocurrida el 25 de julio de 2022 y publicada en El Universal el 18 de agosto de 2022. Recuerda el doble crimen de un padre y su hija en 2022 cerca de la entrada del Colegio Biffi, en 2022, el crimen del fiscal paraguayo Marcelo Pecci, en mayo 10 de 2022, con más de 50 notas de seguimiento del crimen. La terrible muerte de Dayana Michell Zúñiga, de 21 años, golpeada con una piedra que lanzó un ladrón... Juana Plaza, su madre, no descansó hasta encontrar al asesino de Dayana. La crónica fue publicada el 30 de agosto de 2023 en este medio.
Así se vive la escena del crimen para un cronista judicial
Hijo de Samuel Torres, técnico de aviación bogotano, y de Gloria Padrón, ama de casa nacida en Calamar, Bolívar, Edwin Torres es padre de dos hijos: Edwin y Óscar Samuel. Está casado con la profesora Aida Navarro.
Confiesa que ser cronista judicial es un trabajo exigente, de alta responsabilidad, “que nos abre la mente a los periodistas y nos permite crecer profesionalmente. La diferencia entre el periodismo que se ocupa de la vida pública de un alcalde, por ejemplo, un deportista o un artista, y el periodismo judicial es que los aludidos a un hecho de sangre no quieren salir en el periódico. Hay que convencer con mucho tacto a familiares que están viviendo un drama. Eso acarrea peligros: te pueden demandar, exigir una rectificación o llevarte a un lío personal. Es un tema delicado describir una escena de un crimen. Recuerdo que en Barranquilla mataron a un vendedor de limonadas en el mercado, y yo fui al lugar del crimen. Fue complicado encontrar a sus familiares. Pero al ver al asesinado frente a la carretilla donde vendía sus limonadas, encontré este letrero bíblico: ‘Y el cielo abrirá las puertas para recibirte con amor’. Esa frase me impactó, porque el asesinado estaba justo frente a ese letrero y en su lugar de trabajo. Por allí empecé la crónica, sin muchos datos, ni oficiales ni de sus familiares, solo preguntándoles a los compañeros del mercado”.
“También hice la crónica de dos hermanos asesinados en Barranquilla en 1994, en el barrio La Chinita. Fui tras el cortejo fúnebre, y me sorprendió ver que, en medio del sepelio, sus amigos llevaron un pequeño picó y dejaron sonar durante todo el recorrido la canción La cuna blanca, de La Selecta, hasta llegar al cementerio Calancala. A partir de esa canción hice la crónica. La canción de Tony Marrero estaba dedicada a un compañero de la orquesta que había muerto en un accidente”.
Y subraya: “Creo que lo más difícil es vivir la escena y luego transcribirla, integrando los datos”.
Maestros del género para Edwin Torres Padrón
El libro que más le ha impresionado como una crónica maestra del periodismo judicial es la novela “Crónica de una muerte anunciada” (1981), de García Márquez, porque desde el primer párrafo, tal como lo dijo su autor, ya se sabe que el protagonista ha sido asesinado, y el lector recorre párrafo a párrafo todo el libro hasta la última línea para saber cómo ocurrieron los hechos.
Destaca también como maestros del género a Juan Gossain, a Ernesto Mcausland cuando escribió la crónica sobre el triple crimen de las Kaled en Barranquilla, en 1984; las novelas La metamorfosis, de Franz Kafka; A sangre fría, de Truman Capote; Crimen y castigo, de Fedor Dostoievski. “Entre los cronistas judiciales destaco a Roberto Llanos, Juan Alejandro Tapias, William Ahumada, Manuel Pérez, Wilson Morales, Juan Martín Sánchez, Erica Otero, Hugo Coneo, entre otros”.
Antes y después de la pandemia en Cartagena
El común denominador de los hechos de sangre después de la pandemia en Cartagena, confiesa, es el sicariato. De los 205 homicidios que hubo en Cartagena entre enero y julio de 2025, precisa, el 79% es por sicariato, y un 25% muertes por riñas violentas. “Con la pandemia, cambió el panorama que lo originaban las pandillas y las extorsiones. Las riñas de pandillas tirapiedras se han ido acabando, y los niños y jóvenes pandilleros se han sumado a las bandas criminales y al sicariato. En Cartagena están matando por 100 y 200 mil pesos. Es la terrible realidad de la ciudad en la que vivimos”, dice.
La crónica más difícil para Edwin Torres Padrón
La crónica más difícil crepita en el silencio en un par de cofres en la habitación de su casa. Son las cenizas de sus padres. El padre trabajó 40 años en Avianca, y murió a sus 84 años, en 2021, víctima de la pandemia del COVID-19, y su madre murió 29 días después, afectada por la partida de su esposo.
“No he superado el dolor de la muerte de mis padres. Ese es un golpe que no he podido asimilar. Mi madre quería que sus cenizas fueran lanzadas al mar. Siento la presencia de mis padres cada vez que entro a mi cuarto. Mi madre era la dueña de la casa. Como calamarense, era directa, sincera, sin filtro, era seca para decirte las cosas, decía la verdad de frente, era alegre y temperamental. Mi padre era introvertido, tímido, educado, nunca le escuché una vulgaridad, me aconsejaba, era respetuoso. Dos días antes de morir, hablé con él y me pidió que estuviera pendiente y cuidara a Ivonne, mi hermana. Mi padre cumplía años el 11 de abril. Su ídolo era Daniel Santos, con sus boleros. Mi madre, el 17 de abril; su música eran los vallenatos y la salsa. Yo cumplo el 29 de noviembre. Desde que ellos murieron, no celebro cumpleaños. Desde que era niño, a mis 11 años, estudiando en La Salle, quise ser sacerdote. A veces siento culpa por haberme venido a Cartagena y no haber estado cerca de ellos en Barranquilla. Volví solo una vez a Barranquilla, después del duelo, y visité sitios y amigos que me recuerdan a mis padres. Siempre me pregunto: ¿por qué tenía que ser así y perder a mis padres en un tiempo tan rápido? No he podido encontrar algo, más allá de mi quehacer como cronista judicial, que me dé consuelo. Me asomo al balcón y me digo que la vida sigue para todo el mundo, mientras yo no paso un solo día sin llorar esa ausencia. Es la crónica que no he podido escribir”.