Cartagena de Indias despertó con dos sorpresas. Nadie se esperaba la llegada de un barco gigantesco y moderno que contenía un recorrido por la historia de la ciudad, en contraste con un galeón reconstruido con inteligencia artificial que permitía recorrerlo y conocer los tesoros que habían quedado sumergidos durante más de tres siglos.
Los niños despertaron ansiosos para conocer los dos barcos. El barco real y el galeón virtual. La sorpresa mayor era la automatización de Cartagena, en la antesala de sus 500 años. Y la ciudad amaneció además de los dos barcos, con una sofisticada dotación de un circuito de robots en espacio público, liderada por la administración y su área de inteligencia. Era un inusitado y vertiginoso impulso en todo el territorio, de norte a sur, de oriente a occidente. La primera crónica sobre la ciudad automatizada apareció en Facetas.
El cronista dominical contó que el robot del amanecer recogió a quince durmientes en el Parque del Reloj Floral y los depositó en el carrito rojo de las prácticas nocturnas no autorizadas. Los parques automatizados se estrenaron para celebrar la fecha histórica, con una flota de robots cuya misión era evitar que los parques se convirtieran en dormideros públicos de hombres y mujeres de la calle. Prendían las alarmas cuando alguien intentaba cometer un delito o pretendía desafiar las reglas y usar el parque para consumo de sustancias alucinógenas. Los robots estaban entrenados para todo lo inimaginable.
Los robot desplazaron a los guardias de parques que tenían tres sesiones, una en la mañana, otra en la tarde, y una última, en la noche y madrugada. Los robots encendían una luz roja cada vez que alguien violaba las normas establecidas, asimilando las nuevas herramientas de la inteligencia artificial en el espacio público. Pese a que los parques fueron encerrados con mallas metálicas y se activaron unidades productivas, dirigidas de manera privada pero con sentido de pertenencia pública.

Los que usufructuaban los parques con pequeños restaurantes, artesanías y ventas de plantas y flores, devolvían a lo público, el pago de los guardias diurnos y nocturnos, pero para la celebración de los 500 años, los guardias fueron reemplazados por pequeños robots. La primera noche fue una verdadera pesadilla, porque los gamines se enfrentaron a los robots a pedradas. Uno de los robots le quebró los huesos de las manos a uno de ellos que empezó a darle patadas y trompadas. En lo alto del cerro de la Popa había un robot centinela que vigilaba un área mayor que cubría el Castillo de San Felipe, Pie de la Popa, y Manga.
El centinela mayor tenía a su vez otros robots que atendían el uso adecuado de las cinco estaciones del Metrocable Kalamari, instalado desde 2027, que abarcaban Manga, Bazurto, Pie de la Popa. El ascensor desde la cima de la Popa descendía con uno de los robot centinelas de la madrugada para comprobar que no había nada anómalo en el entorno. Los carritos rojos movilizados por un robot guardián del amanecer conducía a los durmientes u hombres de la calle en prácticas sociales no autorizadas a un Gabinete de Salud Pública que atendía jóvenes y adultos con problemas de adicción a alcohol y a drogas. Cuando el robot metía en el carrito rojo al joven, era imposible salir del carrito hasta que llegara a su destino. Muchos jóvenes intentaron romper la vidriera sintética, pero el robot tenía sus largas manos metálicas en advertencia de infracción.
Los parques recuperados crearon un circuito dinámico con actividades recreativas y culturales, y por fin, los niños volvieron a visitar los parques para escuchar historias, ver a los magos y a los payasos, a los titiriteros, a los ilusionistas que subían a lo alto de los árboles a través de una cuerda invisible. Y por fin, la biblioteca virtual interactiva, puso a los niños y a los jóvenes a leer los libros animados y los libros clásicos de la literatura colombiana y universal, que en un dispositivo de la inteligencia artificial les permitía abrazar a los personajes más queridos.
Así volvimos a ver llorar a los niños abrazando a don Quijote que parecía más vivo que nunca, a Melquíades con dentadura nueva, y a Sandokan el pirata de Malasia recién bajado de su barco, a Pinocho a quien un niño en Cartagena le terminó quebrando la nariz por un descuido de su felicidad al abrazarlo tanto, y a El Principito que en su versión virtual le dijo a los niños que quería quedarse a vivir en Cartagena. También vimos a Juan Sábalo que llegó de la Ciénaga de Betancí y conversó con los niños.
En el Baluarte de Santo Domingo se inauguró una franja de interacción virtual con la historia. Y los niños solo deslizaban sus dedos para regresar al 1 de junio de 1533. O mucho antes de la fundación oficial de la ciudad en manos de los españoles. Había un botón especializado en galeones, barcos, navíos. Había uno donde el almirante genovés aún no había terminado de convencer a los reyes españoles de que le financiaran el viaje a América. Y había otro, donde Pedro de Heredia le suplicaba a su mujer que le prestara dinero para financiar el viaje a Cartagena. Había uno donde aparecía Blas de Lezo, entero aún, no había perdido ningún brazo, ninguna pierna y ningún ojo. Y estaba dispuesto a emprender todas las batallas navales, con tal de salvar a España.
El botón de antes de 1533 nos devolvía a la pequeña y dispersa aldea al pie de las aguas. El botón de 2025 nos regresaba a los proyectos que se gestaban y desarrollaban, a los tormentos eternos de la pobreza, a la desigualdad cada vez más agigantada, a la inseguridad en las barriadas, a la falta de oportunidades, a los tubos madres del acueducto que se rompían cuando menos se esperaba, y a la desesperada e intranquila ciudad de la cotidianidad que soñaba con 2033. Aún llovía en la ciudad en ese junio de 1533, y Pedro de Heredia tenía las botas llenas de barro.