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Cartagena

Carta de una migrante a Cartagena: confesiones y nuevos comienzos

Con la tinta de la memoria y el pulso del corazón, una migrante le escribe a Cartagena, la ciudad que la abriga entre muros antiguos, soles implacables y renacimientos silenciosos.

Carta de una migrante a Cartagena: confesiones y nuevos comienzos

Imagen para ilustrar la migración a Cartagena.

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Querida Cartagena:

Te juro que la primera vez que te visité me pareciste muy linda, pero aún más lindas consideré a las personas que nacieron de tus entrañas, tan sonrientes y fiesteras como nunca había visto. Aunque te tengo que confesar —y sin ninguna timidez— que desde el día uno me fue muy mal con tu calor característico, ese que extenúa a más no poder y al que, con el tiempo y porque no queda de otra, me acostumbré.

Siéndote muy sincera, lo último que creía en mi vida era ser una huésped más de tus murallas. Mis gustos imaginarios —y no escasos— siempre me llevaban a sitios más lejanos o simplemente diferentes, donde quizás el frío no paralizante me acompañara en el día a día. Pero ‘ajá’, como dicen tus hijos, las vueltas que da la vida me llevaron a tu regazo.

Confieso que no estaba totalmente segura de salir de mi “zona de confort” y de aquello a lo que ya me había acostumbrado desde muy pequeña. Tenía inseguridades y miedos como cualquier migrante, y como toda persona que deja a un lado lo que conoció para aventurarse a una nueva vida.

Recuerdo que una maleta, un morral y un hermoso y pequeño bebé de cinco meses me acompañaron en mi viaje hasta ti. Esa noche que llegué, recuerdo que el amor de mi vida fue a recogerme en la terminal, donde —aunque para muchos parezca loco— me sentía extrañamente segura.

Terminal de Transporte al Sur de Cartagena, a través del estilo de Studios Ghibli. // IA
Terminal de Transporte al Sur de Cartagena, a través del estilo de Studios Ghibli. // IA

Los primeros días recuerdo que me sentí como la propia turista que quería probar las empanadas de huevo, los buñuelos de yuca y las empanadas con suero, además de tomar las respectivas fotos de tus murallas, que aún me siguen pareciendo imponentes vigilantes que de noche te cuidan de los piratas o invasores —o al menos eso es lo que dice la historia—.

Al pasar los días, semanas y meses, me fui acostumbrando a tu manera de vivir y, aunque sin duda a veces me deja un sabor amargo la intolerancia o la dejadez que puedo notar en algunas de tus calles, es una experiencia que Dios y el destino me están permitiendo vivir para sentarme del lado correcto de la historia y, por qué no, ser de inspiración, tal vez.

Quiero que estas líneas sean testigo de que los miedos que tenía de no sentirme tan acobijada fueron desapareciendo, y admito que, aunque todavía no me siento tan tuya —y quizás nunca llegue a serlo—, puedo decir que lo estoy sobrellevando bastante bien. O, bueno, eso es lo que me han dicho algunos compañeros de trabajo, porque sí, tu gente me dio la gran oportunidad de tener un empleo estable para mantener mi hogar y a ese pequeño de cinco meses que, ya, como por arte de magia, camina y me dice: “¡Mamá!”.

Imagen para ilustrar Cartagena través del estilo de Studios Ghibli. // IA
Imagen para ilustrar Cartagena través del estilo de Studios Ghibli. // IA

El tiempo ha pasado veloz, como el caballo que a toda prisa corretea en la sabana, y aunque no pasa un día en que no recuerde el hogar que me vio crecer, me siento libre de conciencia. Porque estoy aquí, conociéndote a ti, viviendo tus rincones, tu cultura, tu gente, tu esencia. De una u otra manera, también estoy encontrándome en esta nueva etapa de la vida, poniendo a prueba mi capacidad de adaptación y viendo más allá de una selva de concreto.

De las cosas que aún quieres alcanzar, me quedo con las que hasta el momento has podido brindarme: un techo, una familia, una mojarra acompañada de una aguapanela bien fría, y hasta una manera distinta de ver cómo se comporta la sociedad, que —aunque no se aleja demasiado de lo que ya conozco— se podría decir que tiene sus propias fascinaciones.

Te agradezco que, sin cuestionarme, me recibiste, y aunque de pronto nunca entiendas a plenitud por qué estoy aquí —y ni siquiera yo misma lo entienda—, seguiré caminando tus playas mientras escucho los cuentos de los lugareños y rememoro las vueltas que da la vida, que nos pone en el momento preciso en el lugar donde debamos estar. Le recomendamos: En sus 492 años Cartagena habla: las expresiones que bautizan al cartagenero

Así es Cartagena, La Heroica

  • Calles de piedra
  • Aceras y puentes
  • Rostros de trabajo
  • Tardes de romance
  • Altas murallas
  • Grandes manglares
  • Eternos atardeceres
  • Navidades musicales
  • Así es Cartagena, la Heroica.

Con cariño, Braymar...

Cartagena de Indias. // Foto: Archivo El Universal
Cartagena de Indias. // Foto: Archivo El Universal
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