Cartagena de Indias está cambiando. Aun cuando persisten desafíos, la ciudad Heroica luce distinta en diversos aspectos. No hablamos solo de nuevas vías o luces que embellecen sus calles coloniales. Se respira una energía distinta en el aire, como si algo, de una vez por todas se hubiera destrabado y ahora está surgiendo. Como si esta tierra, tantas veces golpeada por el abandono y la desesperanza, empezara a moverse. Es una ciudad llena de gente talentosa, de orgullo a flor de piel, de alegría pero también de una esperanza enraizada en cada corazón de todos aquellos que viven profundamente el sentir de su esencia y que cada día desean verla mejor, más bella, más unida, más fuerte.
Esa transformación también se nota en el sentido de pertenencia, en la forma en que la ciudadanía se apropia del espacio público y participa en su cuidado. Por ejemplo, se han promovido jornadas de limpieza en distintos barrios, con líderes comunitarios, estudiantes y voluntarios para mantener más limpia a Cartagena. A esto se suma la recuperación de espacios que hoy sirven como escenarios para la cultura, el deporte y la vida social. Es una ciudad que está aprendiendo a narrarse con otros ojos, dejando a un lado el pesimismo.
Pero ese cambio profundo también empieza en cada uno de nosotros. El amor por Cartagena no se impone desde afuera ni depende solo de las instituciones: nace en la conciencia y el compromiso diario de quienes la habitan. Amar a Cartagena es cuidarla, respetarla, reclamar lo que merece y también aportar desde lo pequeño. El sentido de pertenencia no es un eslogan, es una actitud, una forma de vivir la ciudad con orgullo y responsabilidad. Cuando cada cartagenero se apropia de su espacio, lo protege y lo valora, la transformación deja de ser promesa para convertirse en realidad. (También te puede interesar; Cartagena ‘callejeable’: la ciudad que se goza con los pies)
Si nos referimos a temas de infraestructura, hay algunas señales que se ven en el concreto: más de 26 kilómetros de vías han sido intervenidos en lo que va del año. Barrios como Policarpa, Nelson Mandela y Olaya Herrera, históricamente relegados del mapa de las inversiones, hoy estrenan calles que conectan, que facilitan la vida.
En temas de salud, en El Pozón fue entregado un nuevo hospital y en Canapote y Nelson Mandela ya están en construcción otros dos. Esto representa atención médica más cercana y una apuesta por cerrar brechas.
En el Centro Histórico, la transformación tiene otra cara. El nuevo sistema de iluminación, con más de 590 luminarias modernas, no solo realza la belleza colonial al caer la noche, también reduce el consumo eléctrico y el impacto ambiental.
La ciudad no se detiene ahí. Hay nuevos proyectos en camino: cuatro intercambiadores viales en la Bomba del Amparo, Ternera, La Carolina y Ceballos, que prometen aliviar nudos de tráfico que durante décadas han puesto a prueba la paciencia de miles de conductores, pasajeros y transeúntes. Son megaproyectos ambiciosos que facilitarán las vidas de los cartageneros. (Lea también: Cartagena fotogénica: la ciudad se vive con todos los sentidos)
Aunque Cartagena sigue enfrentando una deuda social enorme, con desigualdades que atraviesan cada rincón, hoy brilla más la luz de la esperanza. En vez de resignación, hay conversación. Cada iniciativa, cada mejora urbana suma a un mismo relato: el de una ciudad que no se da por vencida. Cartagena no es perfecta, pero es, sin duda, imparable.