“La gente está cogiendo para Polonia”, se le escucha decir a muchos en Cartagena desde hace varios meses. “No te vengas que esto es una esclavitud peor que allá”, dicen otros, que ya comienzan a calificar este fenómeno migratorio como un tipo de “esclavitud moderna”. Este concepto abarca varias formas de explotación. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), millones de personas en el mundo, aún en pleno siglo XXI, son víctimas.
Según Migración Colombia, entre enero y agosto del 2024, 3.712 colombianos salieron hacia Polonia, una cifra que supera la del 2023 en más de mil personas. El Universal contactó a la seccional Caribe de esta organización para conocer cifras sobre la cantidad de migrantes cartageneros que se han ido a Polonia. No obstante, indicaron que cuando los viajeros salen del país, por un puesto de control migratorio, su documento a mostrar es el Pasaporte, y en este se puede filtrar por nacionalidad, más no por la ciudad donde nació o tramitó su cédula.
Aunque de momento no hay cálculos exactos, hay historias. Y la de José es una de tantas. José Díaz es un cartagenero de 41 años, casado y con dos hijos (uno de 18 años y otro de 12). Es ingeniero industrial egresado del Tecnológico Comfenalco y también estudió en el SENA. Lea también: California refuerza protección a migrantes y prohíbe colaborar con ICE
Cuenta que trabajó en el Banco Colpatria durante un largo periodo, pero la monotonía y el estrés que trae consigo la atención al cliente lo llevaron a estudiar para acceder a otra profesión, y fue así como años después ingresó a la Zona Franca como operador de maquinaria. Ahí estuvo tres años, pero la obra concluyó, y quedó desempleado durante siete meses.
Asumió el desempleo con calma, se dedicó a descansar, a oxigenarse del bucle rutinario de tantos años de trabajo sin receso. Veía televisión, llevaba a su esposa al trabajo, a los niños al colegio y en el tiempo libre activaba aplicaciones para hacer servicios de transporte.
“Siempre he sido una persona estable en el trabajo. Pasé de un ambiente de oficina, con un horario fijo de lunes a viernes en el banco, a un sistema de turnos en la cementera, trabajando 12 horas en la noche. Llevaba años tratando de aplicar a ofertas del SENA en Canadá, pero no se me dio. Yo sabía que emigrar no era fácil, ya me habían prevenido. Tengo un primo en Estados Unidos que trabaja como domiciliario y prácticamente duerme en su carro para poder rendir la plata; lleva un año así, cuando está muy cansado busca un hotel”, indicó el cartagenero.
Un negocio redondo
A José se le presentó la oportunidad de trabajar en Polonia con un contrato de trabajo y un salario más alto que el que podría ganar en Cartagena. El proceso para irse a Polonia lo hizo a través de una agencia. “En estos casos, las agencias no cobran directamente a los trabajadores, sino que gestionan entrevistas, buscan ofertas laborales y tramitan los permisos de trabajo. Cuando una agencia te cobra es porque hay algo mal, puede ser una estafa. No suelen cobrar, pero sí se quedan con un porcentaje de tu dinero cuando estás allá, esa es la letra menuda del contrato”, contó Díaz a El Universal.
Y sobre su experiencia, agregó: “Mi primer trabajo aquí fue en el sector cárnico. Las agencias ganan por referidos, aunque también hay gente que de manera informal lo hace. Quienes refieren a un trabajador reciben una comisión de aproximadamente 500 euros. Las agencias también negocian los salarios con las empresas. Si acuerdan pagar 30 zlotys por hora, al trabajador pueden pagarle entre 23 y 25, quedándose con una parte. A lo largo del mes, esas diferencias se acumulan en grandes sumas. Lamentablemente, muchos no saben y prefieren no reclamar”.

El polaco y el ucraniano
Para José es importante establecer las diferencias, aunque cueste al principio realizar las debidas distinciones. Siente que los polacos son personas frías, pero educadas y que evitan los conflictos. No obstante, son confundidos con los ucranianos.
“En Colombia uno está acostumbrado a que la gente sea amable, que te ‘pelen la chapa’ cuando llegas a un lugar. Acá no, la gente es seria y reservada. Es raro porque no hablas su idioma y no hay forma de conocerlos, solo los observas, y ellos a ti, y nadie se dice nada. Con todo lo que ha pasado con algunos colombianos nuestra reputación no es la mejor. Pero no somos los únicos, aquí la mayoría de los inmigrantes son ucranianos. Por el tema de la guerra, tienen ciertos privilegios: entran fácil, trabajan sin muchas restricciones y, además, su idioma es parecido al polaco, así que se adaptan rápido. Pero muchos de ellos se creen dueños del país. Son los que más muestran rechazo hacia los latinos, en especial al colombiano. Si te ven, hablan entre ellos en su idioma y uno sabe que están burlándose. Algunos latinos creen que quienes los atacan son los polacos, porque físicamente son parecidos a los ucranianos, así blanquitos y con los ojos claros”.

En las bodegas de una tienda
José duró poco en el frigorífico, ahora tiene otro empleo. Lo consiguió con otra agencia diferente a la inicial. El cartagenero actualmente trabaja en las bodegas de la reconocida tienda de moda, en la parte logística. Dice que este trabajo es mejor que el anterior, eso sí, no puede faltar. Hacerlo es causal automática de despido.
“Aquí hay una mezcla de todo, hay filipinos, nepalíes, hindúes, algunos rusos. Y colombianos hay por todos lados, en cualquier trabajo que llegues encuentras. No es necesario hablar otras lenguas porque el trabajo es operativo, te enseñan lo que tienes que hacer y listo, eres como una máquina que ejecuta una tarea. Al final tomas tu morral, te vas y al día siguiente tienes que regresar. Es rutinario, el día que le queda a uno para descansar se va rápido y alcanza solo para hacer los oficios y lavar ropa”. Lea también: ¿Un día sin migrantes?: la campaña que se hizo viral en EE.UU.
Otro sabor
Al cartagenero la comida le sabe diferente, y aunque consiga en los supermercados algunos de los mismos productos que en la Heroica, asegura que no es lo mismo.
“Casi no venden carne de res acá. El cilantro, ñame y plátano no los venden, los condimentos son diferentes. La papa sabe raro. La agencia de empleo nos proporciona vivienda y transporte, pero hay gente que la pasa feo. Yo en la primera casa donde viví compartía habitación con nueve personas, te podrás imaginar las peleas que se formaban”.

Otras calles
José dice que ha tenido suerte porque los sitios donde ha vivido han sido limpios y decentes. Hace una semana se mudó a un lugar mejor, una habitación para tres personas, pero a veces se queda solo y disfruta de su privacidad. No sale mucho, pues la zona en la que se encuentra es rural, y trasladarse a la ciudad para pasear es un lujo que no puede darse si pretende ahorrar. “En mi día de descanso salgo por ahí a caminar, o a tomarme una cerveza. No voy a discotecas para evitar problemas y al centro comercial tampoco porque todo está en otro idioma. Leí por ahí un artículo sobre la esclavitud moderna y tiene sentido”.
El cartagenero no tiene pensado quedarse, espera regresar pronto, cuando logre juntar lo suficiente para regresar con todas las fuerzas a Cartagena. Quiere comprarse un carro mejor del que vendió para tramitar el proceso con la agencia que lo llevó a Polonia. Ve los lujos que lo rodean en aquel país de occidente, pero no puede acceder a ellos. Recuerda esa frase que dicen las mamás cuando no tienen plata: “mira, pero no toques”. Piensa en más de un amigo suyo en Cartagena, cansado de la rutina y que le piden asesoría para irse.