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Cartagena

Cine Capitol: la cita fallida de Yadira

Luego de tantos años de decepción, la cita con un argentino hace que Yadira vuelva a creer en el amor.

Cine Capitol: la cita fallida de Yadira

Cine Capitol. // Archivo

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Un par de dedos torcidos se deslizaban al interior de una gaveta. Agarraron un tubito de labial, al que le dieron vueltas. A causa del delicado movimiento, el labial expulsó hasta la superficie el pegoste que Yadira se había untado esa tarde, asegurándose de estar perfecta para la cita que tanto había esperado.

Y es que la pobre estaba traumada con tantas decepciones. Pero ahora volvía a sentir la emoción de verse con alguien en plan romántico. La maternidad le pasó factura con creces. Amaba a su hijo, pero sentía que estaba consumiendo los pocos años de juventud que le quedaban. Como un cigarrillo que la absorbía, y luego la disolvía, hasta no poder reconocerse. Lea también: Una noche burlesque en Cartagena de Indias

Era duro desprenderse de la mujer vibrante en la que alguna vez habitó. Cuando se emborrachaba, recordaba esos años dorados, cuando la ropa le quedaba mejor y podía comer sin culpa, viendo las novelas del Canal de las Estrellas hasta tarde. Al irse de fiesta se burlaba de su madre, que se quedaba en casa viendo Sábados Felices.

La vida ahora era diferente. Tras el fracaso de su matrimonio, ningún hombre la tomaba en serio, o al principio sí, pero al final mostraban sus verdaderos intereses. Yadira, de 28 años, tenía un hijo de diez y cero pretendientes; todos se espantaban y le temían a la posibilidad de convertirse en padrastros. Se la pasaba buscando excusas para escapar de su casa, de esa manera se ahorraría tener que escucharla renegando porque “en vez que restarle una cuchara en la casa, le sumó otra”.

“Te llevaré al cine el sábado”, leyó en su BlackBerry días a atrás, y desde entonces, rondaba en su cabeza la idealización de un escenario romántico, eutópico, como un sueño del que se creía poco merecedora. Conoció a un argentino en un bar del Centro. Ambos intercambiaron pin, y desde entonces no dejaron de hablar. Decidió no contárselo ni a su madre.

No quería que la sombra de aquella mujer llevara el romance de verano al despropósito, y pensó que lo más inteligente sería mantener la boca cerrada y disfrutar.

Esa tarde se dispuso a completar una rutina de belleza intensiva. Se exfolió, lavó cada rincón de su cuerpo y cepilló cuidadosamente diente por diente. Agendó una cita con la mejor manicurista del barrio. Su mamá vendía productos por catálogo, así que cuando la vieja estaba en lo más profundo de su siesta, metió la mano por la vitrina donde exhibía las fragancias y se aplicó todo lo que pudo del perfume más caro. También se untó varias capas de crema corporal y tras dejarle cinco mil pesos al niño para que comprara unos fritos en la noche, cogió una buseta en la avenida para llegar puntual al Centro.

***

El argentino era el prototipo de hombre que no esperaba en su vida. Contrario al charlatán al que le parió, este era todo un caballero vigoroso, “un adonis”. Medía 1,82, estaba fornido, varonil, tenía buen aliento y una testosterona que se olfateaba incluso más que su perfume. Ella no era la mujer más culta, de hecho era la bruta del colegio, pero había leído un par de libros para estar a la altura. El argentino sabía de filosofía, conocía los detalles de la Segunda Guerra Mundial y tenía en la cabeza la mitología nórdica.

“Antes era un hedonista con culpa, pero me dejé de eso, ya acepto que lo soy”. “¿Hedonista?”. “Sí, esa gente que no se priva del placer”. “Claro, entiendo”, fue la breve conversación que tuvieron cuando se encontraron a unas cuadras del antiguo Magali París. “Por eso te invité al cine hoy”, retomó el hombre. “¿Qué nos vamos a ver? Tú me ves acá, corroncha y todo, pero me gusta el cine clásico”.

En el trayecto, delante de ellos caminaban varios de los pensionados que solían sentarse en el Parque Centenario. Iban como roedores siguiendo al flautista de Hamelín.

Cine Capitol. // Archivo
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Entraron por un callejón, y sigilosamente se incorporaron dentro de un viejo edificio. Para sorpresa de Yadira, el argentino la llevaba en dirección al mismo lugar. Agarrados de la mano, contemplaron un vulgar letrero que les daba la bienvenida; una caja luminosa con lámina galvanizada que decía “Cines Capitol, lo mejor del cine XXX”. A la pobre Yadira se le aguaron los ojos y le entró piquiña en el cuerpo. El argentino, al igual que el resto, había “pelado el cobre”. Lea: El viernes que el diablo visitó mi casa

No había porteros, tampoco recepcionistas detrás del cristal de la cabina. Dentro del lugar se encontraron con un viejo canoso que leía el periódico, tan campante e indiferente recibió los seis mil pesos que le entregó el argentino y se reconfortó en un sofá ruinoso que pusieron en la entrada. No estaba solo, también disfrutaba del mueble un gato negro que amenazaba con destrozar a arañazos lo poco que quedaba de la cuerina.

Cine Capitol. // Archivo
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Cuando entraron, el olor a tabaco, los fluidos corporales y la sensación de humedad era insoportable. Unas treinta personas disfrutaban de una cinta de lujuria pura. Dentro de la sala, la mayoría eran oficinistas, ciudadanos desocupados, homosexuales o adultos mayores.

Cine Capitol. // Archivo
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Yadira era la única mujer, y desde su puesto escuchaba cómo se consolidaba el pecado cuando sonaban las hebillas de quienes aflojaban sus cinturones para masturbarse. Había complicidad en algunas miradas, y una que otra cabeza agachándose hasta las profundidades más oscuras de los sillones, dejando salir sus demonios en llamas para arriesgarse a todo tipo de perversión.

Yadira sabía lo que estaba a punto de pasar. Se preguntó si realmente estaba lista para enfrentar la realidad, contraria a lo que había idealizado como una adolescente con falta de chispa, o como decían sus amigas “malicia indígena”. Miró al argentino a los ojos, sabiendo que había vuelto a equivocarse. Ya no sabía si reír o llorar. Sin decir una palabra, dio la vuelta y se marchó, dejándolo en la oscuridad de sus propias penas y placeres insatisfechos. Tal vez, el mejor plan que tenía era volver a casa con su hijo y ver un nuevo episodio de Sábados Felices.

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