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De Cartagena a la selva: el viaje literario de Carolina Poveda

Carolina explora la figura del jaguar y las creencias indígenas. Su libro aborda temas como el reclutamiento de menores y la vida en zonas conflictivas, obteniendo reconocimiento internacional.

De Cartagena a la selva: el viaje literario de Carolina Poveda

Carolina Poveda. // foto: cortesía

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No estaba loca, pero cuando se comparaba con otra gente, entonces, confirmaba que las cosas que hacía sobrepasaban el umbral de lo común. Asumía una demencia imaginaria y con prudencia evolucionaba en un ejercicio que no se le da a todo el mundo. Mientras pasaba desapercibida y la gente andaba en lo suyo, ella observaba. Se detenía en personas que no conocía; desde las más bellas hasta esas que nadie miraría.

Todavía sigue intacto el hábito de tomar jeeps en Cartagena de Indias, mucho antes de que esta generación comenzara a llamarlos “recoge locos”. Suben por Torices y recorren varios rincones de la ciudad; ahí Carolina leía rostros y profundizaba en los detalles; las miradas cansadas, las manos callosas, las bocas desdentadas por el tiempo y sin miedo a sonreír. Lea también: Gaby Arenas: la cartagenera que ha tenido una vida fuera de serie

“¿Cómo será la vida de esta persona?, ¿qué le pasó para que tenga esa cicatriz?, ¿cómo se sentirá por tener esa marca?”. Miraba, interpretaba y evadía la mirada antes de que la pillaran. Pero lo mejor ocurría cuando llegaba a su casa, creaba personajes basados en aquellas interpretaciones que no sabía si llamar especulación o la cotidianidad de una ciudad desigual. Nadie en todo el Eucarístico sabía que escribía.

Carolina Poveda siempre tuvo el calor adherido a la piel. No es mujer de un solo lugar. Nació en Valledupar, pero fue registrada en Codazzi (Cesar), para luego vivir su juventud en Cartagena. Nunca pensó que una aventura en otro territorio la llevaría a escribir una novela.

Vivió algunos años en Puerto Leguízamo, Putumayo. Se fue porque a su esposo lo trasladaron a una base naval en una zona selvática y conflictiva, justo frente a Perú. Temía por la reputación de aquel lugar, y cómo no, viviría encerrada en una base estratégica para la Armada colombiana, un terreno inexplorado y turbio. Esta opción podía irse cuesta abajo si intentaba equilibrarla en una balanza con la paz que siempre tuvo en la Costa Caribe.

“Fui una esposa prematura. Estudié derecho un año en el Externado de Bogotá, pero me regresé a Cartagena para casarme con mi primer novio y el único hombre de mi vida, tenía tan solo 18 años. Dos años después ya tenía a mi primer hijo. A los 23, tuve el segundo. No tuve una época de mujer rumbera, yo era más de leer y escribir, pero me alejé de la literatura cuando empecé a trabajar. La vida ejecutiva me mató la inspiración. En las juntas de ventas solo leía artículos sobre finanzas y temas relacionados”, contó la escritora a El Universal.

Y anotó: “Fui muy feliz aquí, en Cartagena, pero finalmente decidí abandonarlo todo. Apoyé a mi marido en su decisión de llevarnos. Él ya podía mantenernos con su sueldo, así que no había problema. Decidí renunciar a mi trabajo y enfocarme en escribir, estando allá podía hacerlo con tranquilidad y tendría todo el tiempo del mundo”.

Su estancia en esta área le permitió observar de cerca las dinámicas sociales y culturales de una región marcada por el cultivo de coca y la presencia constante de conflictos armados. En lugar de bloquearse, lo que veía la fue inspirando en el proceso creativo para su novela “La historia de Elena”, donde plasmó su investigación luego de interactuar con locales que le proporcionaron conocimientos sobre las costumbres y creencias indígenas. Era la oportunidad perfecta para seguir con su trayectoria literaria, esa que dejó estancada en su juventud, pero que estaba a tiempo de rescatar. Pagó un curso de creación literaria con Montserrat Martorell y se puso manos a la obra. Creó una rutina para inspirarse; por la madrugada salía a caminar mientras le llegaban nuevas ideas, y también hacía repostería cuando el silencio se apoderaba de su casa y sus hijos se iban al colegio. Su esposo trabajaba todo el tiempo, así que durante esos momentos era cuando más lograba conectar con su entorno y consigo misma. Lea también: ‘¡Ay, Carmela!’ y otros eventos en agosto en el Teatro Adolfo Mejía

“Primero vivimos en Bahía Málaga, en el Pacífico colombiano, en una base militar construida por los suecos. La casa estaba cerca de la base, recuerdo que las láminas del techo eran metálicas, así que ya se imaginarán cómo sonaba eso cuando llovía. Es un lugar de inmensa riqueza natural. Desde la terraza podíamos ver a las ballenas. Luego nos trasladaron a Puerto Leguízamo, vivimos dentro de una base militar que tenía todas las comodidades necesarias, pero el entorno era muy hostil. No había carreteras, redes de luz ni productos básicos. La única forma de llegar era por aire o por río”, describe Poveda.

Y anota con un tono de misterio: “Allá pasaban cosas extrañas. Una mañana todo amaneció cubierto de telarañas. Los indígenas decían que eran las brujas tejiendo toda la noche. También había mitos sobre transmutaciones de personas en animales, algo que los indígenas creían religiosamente”.

Ilustración de @mariocordoba
Ilustración de @mariocordoba

La historia de Helena

En su libro, Carolina explora la figura del jaguar, un símbolo poderoso en la cultura indígena, representando al abuelo chamán de la protagonista, Elena, con el poder de la transmutación. La historia de Elena, aunque basada en un hecho real que Carolina conoció, fue adaptada y enriquecida con elementos ficticios y culturales, convirtiéndola en una joven indígena. Carolina recuerda cómo comenzó a acercarse al fenómeno del reclutamiento de menores, una realidad que afecta a muchas comunidades en Colombia.

Pudo abordar con sensibilidad la situación de los niños y jóvenes en estas zonas y hoy está cosechando los resultados, pues ha logrado viajar a lugares como Washington D. C., Houston, Guadalajara y Costa Rica, donde resalta la pérdida que todos sufren en un conflicto, eso sí, sin dejar culpables.

La biblioteca de puerto Nariño amazonas se llama POPERAPATA. // foto: Cortesía
La biblioteca de puerto Nariño amazonas se llama POPERAPATA. // foto: Cortesía
La biblioteca de puerto Nariño amazonas se llama POPERAPATA. // foto: Cortesía
La biblioteca de puerto Nariño amazonas se llama POPERAPATA. // foto: Cortesía

En Houston una profesora de literatura hispanoamericana le pidió a Carolina que compartiera su experiencia con sus estudiantes. La aventura continuó en Costa Rica, donde, además de asistir a un compromiso familiar, Carolina aprovechó para presentar su libro en una reunión privada con el expresidente y Premio Nobel de la Paz, Óscar Arias. Durante una charla de una hora y media, discutieron sobre la paz en Colombia.

Carolina Poveda y Óscar Arias, expresidente de Costa Rica y Premio Nobel de la Paz. //Cortesía
Carolina Poveda y Óscar Arias, expresidente de Costa Rica y Premio Nobel de la Paz. //Cortesía

Carolina también reflexionó sobre la situación de los autores autopublicados en Colombia, y su deseo porque el Ministerio de las Culturas apoye más proyectos de gente que trabajan con las uñas. Hoy, más que nunca, tiene claro su propósito, quiere seguir produciendo textos.

“Estoy trabajando en un segundo libro que es una precuela del primero y tiene mucho que ver con Cartagena, Colombia y España. Planeo lanzarlo el 28 de febrero del próximo año en Cartagena. La historia de Helena hoy es conocida en diferentes rincones de América”.

La historia de Helena. // foto: Juan Sebastián Ramos
La historia de Helena. // foto: Juan Sebastián Ramos
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