El canto de las lechuzas, posadas en los árboles de campanos, la hacía entrar corriendo al cuarto de tres por cuatro metros que había construido con su esposo en tierras de la Hacienda San José, y arroparse de pies a cabeza con los ojos apretados y sus dos hijos abrazados. Ese ululeo chirriante era para Yadira el aviso de que la muerte venía por ella.
Una creencia que aprendió de muy niña de su tía y su madrina, que la criaron en Palmira (Valle del Cauca), y que cuando vestida de tristeza llegó a Cartagena, hace 27 años, mudó con ella dentro de las dos cajas en las que empacó su vida. Lea además: La historia de amor que esconde la casa más antigua del Espinal
A Yadira y su familia los recibió el barrio San José de los Campanos, un entonces caserío en las parcelas de la Arquidiócesis de Cartagena, en el sur de la ciudad. Para ese entonces, en 1997, el sector pertenecía al dormitorio municipio de Turbaco, una delimitación que fue asignada en 1978 por la Asamblea, cuando Antonio Anaya Bru era dueño de la Hacienda San José.
El barrio es una de las más recientes poblaciones formadas en Cartagena. Tanto, que solo desde ese preciso año en que Yadira y su familia llegaron a comprar unas tierras invadidas, es que se alcanza a divisar desde los satélites su ubicación. En aquellos días las casas se perdían entre monte y barro, y sus habitantes salían y entraban del barrio chapoteando el pantano que descubría su residencia fuera de la Hacienda.
“San José de los Campanos: en invierno qué bacano y en verano qué pantano”, recuerda Yadira entre risas interrumpidas, casi 30 años después, sentada y con su nieta rodeando su andar, bajo uno de los árboles que le dieron nombre al barrio que tanto ama, y por el que ha luchado con el temple con que solo las mujeres nacen.
De frente, su casa, la que construyó con sacrificio pagando 100 mil pesos mensuales por más de un año al vecino que le vendió el lote en el que paró, como pudo, la habitación de tres por cuatro metros que recogía a su familia, y en la que no cabían los sueños que hoy ve cumplidos, ni tampoco una silla. Por eso, de día y mientras la Luna alumbrara, junto a los vecinos se la pasaba al pie de su portón viendo jugar a los pelaos, hasta que en medio del vasto monte de San José de los Campanos aparecía una lechuza que la hacía recogerse. Para ella, esas aves eran la muerte misma.
No fue sino hasta que cumplió 40 años que les perdió el miedo. Hace casi 20 años, en medio de sus luchas comunitarias por la legalización de los sectores de San José, se enteró que tenía cáncer. Era septiembre de 2016 y la noticia le pausó la vida. Sin siseos, ululeos ni lechuzas, la muerte tocó la puerta de su casa, una que ya ocupaba toda la esquina, y que era sinónimo del desarrollo de San José de los Campanos, el que ya se había extendido tanto que pareciera quisiera entrar a Turbaco.
Yadira estuvo internada tres meses en un hospital. Dejó en su casa todo listo con la fe de volver a sus labores comunitarias. Ser la primera lideresa popular del barrio le sumaba fuerza y oraciones para que se levantara de la cama. Fue esa fe la que, con terapias, la puso en pie y le arrancó, junto al cáncer, esa “creencia tonta” de que la lechuza se la iba a llevar.
Bajo el árbol de campano que da sombra a su casa, y que vigila a los pelaos, los niños del sector, que ahí juegan desde hace 30 años, Yadira, la paisana, me despide para ayudar a los vecinos que llenaron su casa buscando orientación para legalizar sus viviendas. 517 predios que serán enajenados a títulos gratuitos por el Distrito, a través de Corvivienda, para que los que como Yadira llegaron a Cartagena huyendo del canto de las lechuzas que dejan el desplazamiento y la desigualdad, tengan su casa propia, y la ciudad, como San José de los Campanos, siga su desarrollo.