Al lado del antiguo parque de la Comida Caribeña, en el barrio Espinal, de pelo corto, en bermuda y con camiseta azul, José Luis ‘el Chino’ García custodia lo que un día fue el castillo de su amor con Julia Porto.
Hoy, a sus 71 años, José Luis cuenta que nació en la calle Bogotá en Torices y se fue a vivir a Getsemaní cuando tenía 10. Entre los ires y venires entre Torices y Getsemaní, su ruta por la calle 31 de El Espinal lo llevó por el camino a Julia, su esposa.
Se conocieron ‘hace un pocotón de tiempo’, un 17 de enero. 53 años atrás.
El Chino vio a Julia cerca de la Casa Romero: un patrimonio de madera de estilo republicano, de dos pisos. Verde verde, de puertas amarillas. Uno de los pocos vestigios de El Espinal de finales del siglo XIX y la primera mitad del XX, y una de las pocas casas de ese tipo que quedan en la ciudad. Esa casa quinta era de la familia de Julia, hija de Maximiliana Romero Liñán y nieta del señor Manuel Romero Barbosa, dueño del inmueble. Manuel fue quien construyó la casa del cartagenero tres veces presidente, Rafael Nuñez, a orillas del mar Caribe en El Cabrero, con las mismas celosías con que hizo la suya. Y entre sus labores de “todero”, como lo describe El Chino, hizo los primeros coches de la plaza de Los Coches, arrastrados con algunos de sus caballos, los cuales dejaba en las noches al lado de su casa Romero, en El Espinal.

Estrechamente ligado a la modernización de Cartagena desde finales del siglo XIX, El Espinal fue de los primeros barrios extramurallas. Según Eduardo Gutiérrez de Piñeres, hacia 1890 “solo había allí uno que otro tambo en donde los pescadores que frecuentaban esos parajes se refugiaban en caso de necesidad”.
El Espinal conformó de manera espontánea un asentamiento tras la construcción en el área del depósito de material rodante y el taller mecánico del Ferrocarril Cartagena-Calamar. Para 1919 era el tercer barrio más poblado de Cartagena.
Muy cerca de lo que fueron los talleres y patios del Ferrocarril de Cartagena y justo al lado del desaparecido ‘Corralón de Mainero’ con sus más de cien habitaciones, o accesorias, está la Casa Romero, a la que el Chino llegó hace 50 años, persiguiendo los amores de Julia, ¡y lo logró! Tuvieron hijos y los vieron crecer por los pasillos alumbrados con la luz que se entromete por las rendijas de las tablas traídas desde Francia, y que aún conservan los recuerdos de la Cartagena que creció a sus alrededores. Lamentablemente, un día la desgracia tocó a la puerta y el Chino perdió a su amor, cuando la pandemia por el COVID-19 causaba estragos y tristezas por doquier.
Ahí, sentado a la puerta lateral de la casa, por los ojos de José Luis corren las memorias del antiguo Espinal, que se entrecruzan con los recuerdos de sus hijos, corriendo entre las cuatro habitaciones de su hogar y los 15 años de su hija Raquel, bailando el vals con Henry Pacheco, su compadre.
Con la voz entrecortada por la nostalgia, José Luis se despide aferrado a la silla en la que me recibió. Aunque no ha cambiado nada desde aquel 17 de enero, la casa sin Julia cada vez la siente más grande. Él ahora ocupa solo una colilla del terreno, y una de sus hijas vive en el segundo piso del inmueble. Es vecino de sus hijos, quienes construyeron en terrenos del mismo predio, pero le sobra el espacio. Se aferra al gran amor de sus retoños, pero siempre están presentes los recuerdos de su amada.
El patrimonio
Alfonso Cabrera, arquitecto y doctor en Historia, aclaró que ninguna de las casas de madera de El Espinal, así como muchas otras republicanas de Torices, Lo Amador y Nariño, han sido declaradas como patrimonio.
Explicó, además, que los inmuebles que no están protegidos pueden ser vendidos sin ningún problema, pero en lo que se refiere al caso de El Espinal, sí tendría que intervenir el IPCC y el Ministerio de Cultura por su entorno histórico, teniendo en cuenta que está en la zona de influencia del Castillo San Felipe.
“Las construcciones con techos de dos aguas, que podían ser de madera o material de mampostería, aparecen fuera de la ciudad amurallada, en los extramuros. Y ese era el lenguaje de El Espinal, lo que hemos ido perdiendo por no haberlo declarado como patrimonio, porque no se le dio importancia a ese tipo de casas. A pesar de que se hicieron trabajos académicos sobre eso en universidades, nunca fueron registradas como BIC (Bienes de Interés Cultural). Esa casa es una de las pocas expresiones culturales de El Espinal y tiene los méritos para ser declarada patrimonio. Tenemos una deuda pendiente con esas casas de madera”, indicó Cabrera.