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Cartagena

Periodista cartagenera se convierte en recolectora de basuras por una noche

“Ellos son los de la limpieza y no los de la basura”, pienso después de un recorrido nocturno en el que me adentré en su valioso oficio.

Periodista cartagenera se convierte en recolectora de basuras por una noche

Fidel Cañate y Gustavo Teherán son dos de los 265 operarios de Veolia. //Foto: Diego Anaya- El Universal.

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Hacía calor. Nos encontramos a la altura de la Avenida Crisanto Luque. Ellos habían iniciado el recorrido unas cuadras atrás por lo que venían colgados a lado y lado de un camión grande.

- Mucho gusto, soy la nueva- le dije a uno.

- Bienvenida- respondió.

Y nos apretamos las manos.

Minutos antes un miembro de la empresa me había facilitado un uniforme en el que no entré. Los pantalones no me subieron del todo y la chaqueta me quedó ajustada, pero nos las ingeniamos para que no se notara tanto. En esa parte nos presentamos. La ciudad estaba sola, las calles eran una inmensa línea recta deshabitada contra la que chocaban las luces tenues de los carros que iban y venían fugazmente por la avenida. A cada lado de la calle había edificios blancos, en uno de ellos dos señoras conversaban animadamente en el balcón mientras seguían con los ojos a los hombres que recogían la basura.

Ni Gustavo ni Fidel se dieron cuenta de las miradas curiosas porque tienen que seguir el ritmo del camión de basuras, lo que significa que deben moverse a una velocidad constante que les permita ir recogiendo las bolsas y lanzándolas al mismo tiempo. En esas llevan dieciocho años ininterrumpidos en los que han trabajado como operadores de recolección de Veolia, empresa a la que le agradecen la oportunidad de trabajar y sacar adelante a sus hijos, que en su mayoría han estudiado carreras profesionales.

Ambos visten uniformados trajes rojos ajustados al cuerpo: un pantalón de tela y una chaqueta con luces reflectoras. En las manos llevan dos guantes: unos negros delgados y encima otros azules, más gruesos. El traje no es tan pesado, pero el calor hace que el cuerpo empiece a sudar naturalmente por el movimiento constante, sin embargo, esta es la mejor hora para trabajar porque no hay rastros de sol quemándoles las espaldas. Lea aquí: ¡Orgullo! Inemita cartagenero brilla en la Orquesta Filarmónica de Bogotá

“Este es el mejor trabajo que pueda haber, mi familia está orgullosa, mis hijos también y donde sea que vayan me saludan, me reconocen”, contó Fidel. El hombre lleva casi dos décadas trabajando y todavía conserva el entusiasmo de primíparo, se ríe a menudo, bromea con su compañero porque así, dice, se le pasa más rápido el turno.

***

La clave está en caminar con pasos ligeros pero firmes, agarrar la bolsa por el nudo y lanzarla sin pasarla muy cerca de las piernas porque a veces hay desechos que pueden generar heridas. Gustavo y Fidel, que se conocen muy bien los gajes del oficio, me indican qué bolsas puedo agarrar y cuáles no, porque dicen que muchas veces hay vidrios y eso podría lastimarme. Me resigno a levantar las más pequeñas y las cajas, mientras ellos se encargan de las más pesadas. Fidel me felicita y me dice que “para ser el primer día vas bien”, luego se ríe y entiendo que es mentira.

El carro no se detiene. Ellos se acomodan a su ritmo y caminan con pasos apresurados para no dejarse coger el tiempo que en este oficio es muy valioso. Van recogiendo una a una las bolsas negras esparcidas en toda la calle mientras alguno que otro despistado los alcanza porque se le olvidó sacar la basura. Ellos se la reciben con amabilidad.

Si hay algo que los motiva en la jornada es cuando los reciben con cariño en los barrios en los que ya los identifican, dicen que en muchas casas ya los conocen, los saludan y hasta les brindan un tinto. “No hay nada más bonito que llegar a una calle y que los niños se emocionen cuando nos vean, muchos vienen y nos saludan”, contó. Lea aquí: Dos costeños le siguieron las pistas a un corresponsal picotero de Cartagena

Se va haciendo tarde. Hemos recorrido las calles de El Bosque y el Alto Bosque, un corto trayecto frente al que recorren todos los días hasta las seis de la mañana. No se sienten cansados, al contrario piensan que el cuerpo apenas empieza a despertarse a esta hora porque les espera un tramo de 20 kilómetros que se les pasa en un abrir y cerrar de ojos.

- ¿No se cansa de caminar tanto?- le pregunto a uno de ellos.

- La verdad sí, pero llego a mi casa, veo a mis hijos que me dicen que están orgullosos de mí y eso se me quita.

Los gajes del oficio

Comida podrida, cajas, hojas y bolsas de mecatos fueron los principales residuos que alcancé a sentir entre las basuras que rápidamente iban a parar al fondo del camión. No hay tiempo para reconocer qué botan las personas, pero el olor a veces es lo suficientemente revelador. Gustavo me contaba que nunca ha tenido un accidente pero que algunos de sus compañeros sí porque muchas veces la gente no es consciente y revuelven vidrios, platos rotos y botellas con el resto de los desechos, lo que hace que cuando van a agarrar las bolsas terminan cortándose. Pero eso no es lo único, en muchas ocasiones son agredidos por personas que “se molestan cuando vamos entrando a las calles” casi siempre porque están en medio de una celebración con las sillas ocupando los andenes, lo que les impide ingresar con el camión. “Que se queden con su basura”, pienso y lo digo en voz alta, Fidel se ríe pero no responde.

Cada vez las calles están más solas, no hay rastro de luz de luna, solo el reflejo de las luces de los postes que alumbran tímidamente sobre jóvenes que aparentemente consumen sustancias en algunas esquinas. Aceleramos el paso para no quedarnos solos porque uno nunca sabe. “A mí me intentaron atracar un día cuando salía de turno para la casa”, dijo Gustavo, quien vive en el barrio Nelson Mandela y camina todos los días hasta la sede en Mamonal. Sus compañeros no entienden por qué le gusta caminar tanto y lo molestan diciéndome que antes tenía una bicicleta pero su esposa se la decomisó porque cuando salía de trabajar “se desviaba” y terminaba quién sabe dónde. Roberto Arnedo, el conductor, se suma a la broma y opina que por eso está tan delgado. El hombre, acomplejado por la mamadera de gallo de sus compañeros, se ríe y me cuenta que le gusta mucho caminar, tanto que cuando estaba de novio con quien hoy es su esposa, caminaba desde Cartagena hasta El Níspero, un corregimiento ubicado después de Marialabaja. Lea aquí: El maestro de San Estanislao que le apuesta al arte y la cultura

Arnedo ha trabajado como chofer la misma cantidad de años, ingresó al mismo tiempo que sus dos compañeros, así que los conoce muy bien. Al igual que ellos tiene hijos profesionales, pero eso no le quita que quiera continuar con su trabajo, al contrario desea la pensión para poder viajar junto a ellos y disfrutar de la recompensa de tanto tiempo y esfuerzo.

Pasada la medianoche nos despedimos, les agradezco por haberme dado la oportunidad de acompañarlos un par de horas. Me devuelven el gesto, se montan al camión y se adentran en la calle; van riéndose, hablando, mamando gallo y sé que así será hasta la hora en que salga el sol.

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