A Antonio José lo recuerdo por su enorme sonrisa, por conseguir las mejores calificaciones, por sentarse en las primeras sillas del salón de clases y porque siempre olía a cebolla. Éramos adolescentes, la época en que queremos lucir a la moda y más perfectos que nunca, pero Antonio José no sólo olía a cebolla, también tenía sus manos gruesas y ásperas y su uniforme de color blanco y azul, simplemente era amarillo.
En el fondo él sabía que algo no estaba bien, pero parecía ignorarlo. No faltaron los comentarios, el matoneo y las exclusiones. Recuerdo que él solía sentarse de primero y frente al profesor, creo que para sumergirse en las lecciones del día, evitando contacto y diálogo con los sus compañeros. Para mí eso era un acto de rebeldía, pero para él sólo una forma de no dar explicaciones.
Antonio era buen estudiante, pero nunca llegaba temprano al colegio. La clase comenzaba a la 1 de la tarde, pero él siempre aparecía corriendo, sudando, y con una bolsa de jugo natural en la mano, a eso de la 1:30 p. m. Los profesores no impedían su ingreso, aunque con frecuencia lo veía entrar a la oficina de la psicóloga y yo creía que le estaban llamando la atención por su impuntualidad, aunque luego salía con ‘dulces’, libros y hasta comida en las manos.

Así pasaron los años, pero una tarde, cuando ya todos teníamos las 15 primaveras, algo curioso pasó. Antonio no llegó a la clase que más le gustaba: matemáticas, pero envió una carta al maestro explicándole por qué no asistiría. En la hoja escribió: “Profesor Miguel, no voy a ir mañana a su clase porque mi hermanita pequeña está muy enferma y debemos cuidarla. Yo me pondré al día con mis compañeros”.
La carta la envió dentro de un sobre de manila y el docente la abrió frente a todos nosotros en el salón. Al abrirla, ese olor a cebolla cruda se esparció por cada espacio del aula. Los chicos comenzaron a lanzar chistes y bromas, fue entonces cuando aquel profesor se puso de pie, su rostro se tornó serio y melancólico y explicó que Antonio José tenía el olor a cebolla más maravilloso del mundo.

Nos contó que Antonio José perdió a su madre cuando tenía 12 años y que él decidió quedarse con su padre para cuidar a sus tres hermanos de 8, 6 y 3 años. Todos los días, a las 5 de la mañana, salía de su casa con su papá, en Olaya Herrera, hacia el Mercado de Bazurto para ayudarlo en su trabajo, una dispensa de cebollas que abastecía a tiendas en la ciudad.
Nadie lo obligaba a ir, pero él veía el esfuerzo diario de su papá y deseaba contribuir, por eso lo ayudaba a limpiar y pelar cientos de cebollas, y luego llegaba a casa, almorzaba y se iba corriendo para el colegio que, por fortuna, estaba a tres cuadras de su vivienda. A sus hermanos los cuidaba una tía paterna que nunca se casó y tampoco tuvo hijos.
Con lo que ganaba, el niño compraba alimentos, juguetes para sus hermanitos, ropa y hasta ayudaba a pagar servicios públicos, pero en el colegio nadie conocía esto porque Antonio José muy poco hablaba y porque cuando lo intentaba hacer, el olor a cebolla hacía que se alejaran de él. ¡Qué injusto fue eso! Sin embargo, cuando somos niños no prestamos atención a esos simples detalles. Lea: Así recuperará Dumek lo invertido en tumbar Aquarela
Tengo el presentimiento que la psicóloga del colegio sí conocía su situación, pero también creo que fue poco lo que hizo. Quizás para ella sola era complejo atender a la decena de chicos que a diario llegan con casos particulares a su oficina. Eran unos 600 estudiantes solamente en el bachillerato.
El profesor confesó que varias veces habló con el papá de Antonio José, pero un día se dio cuenta que el papá hacía lo que podía por cuidar a su hijo, pero ese niño era quien buscaba la forma de disminuirle las cargas y lo movían dos fuertes razones: para darle lo mejor a sus hermanos y para que su papá no enfermara como lo hizo su madre.

Tal vez, Antonio José se sentía fuerte y capaz, aunque definitivamente seguía siendo un niño que necesitaba protección y amparo. Su padre contó que el niño se escapaba de la casa para salir a trabajar en lo que pudiera y no pusiera en riesgo su vida o su asistencia al colegio, es por eso que un día decidió llevárselo a Bazurto.
Luego de esta revelación, recuerdo nadie en el salón volvió a criticar a Antonio, por el contrario, cada uno de sus compañeros buscamos formas de mejorar sus días con nosotros; mientras, él siguió silencioso, risueño y buen estudiante.
Hace poco me encontré con él. Ya tiene 34 años y es padre de una niña a la que le puso el nombre de su mamá. Tiene un buen trabajo y, además, abrió una enorme verdulera en el barrio, donde uno de sus hermanos trabaja con su papá. Los demás chicos estudian.
Me aseguró que tuvo una bonita infancia, pese a la muerte de su mamá y las bromas por el olor a cebolla. Confesó que antes de ir al colegio se bañaba muy bien, pero el olor quedaba impregnado en su piel; sin embargo, nunca tuvo pena de ello porque para él, era la forma de demostrar que estaba dando todo por amor y eso lo llenaba de orgullo.
¿Qué es el trabajo infantil?
Según el Instituto del Bienestar Familiar, el trabajo infantil es todo aquel realizado por un niño, niña o adolescente que no alcance la edad mínima de admisión al empleo y en los términos establecidos por la legislación nacional y que, por consiguiente, impida la educación y el pleno desarrollo del niño la niña o el adolescente.

Es importante comprender que el trabajo infantil impide el desarrollo escolar de los niños, niñas y adolescentes e implica un daño para su salud, al tratarse de actividades que los ponen en peligro de sufrir daños físicos, morales y psicológicos.
Cabe anotar que los adolescentes entre 15 y 18 años, previa autorización del Inspector de Trabajo, en ausencia de éste el comisario de familia o alcalde municipal, pueden realizar algunas actividades, garantizando la protección y el desarrollo integral de los adolescentes autorizados.
No al bullying
Colombia se encuentra entre los países en los que el bullying es más frecuente, con una estadística de la Fundación Universitaria de Ciencias de la Salud que arroja que al menos el 20 % de los niños son víctimas de acoso en alguna de sus variaciones, esto indica que 1 de cada 5 niños son intimidados por algún compañero.
Denuncie
Si conoce algún caso de trabajo o explotación infantil debe reportarlo de inmediato a la línea gratuita nacional del ICBF 018000918080 o llamar a la Policía Metropolitana de Cartagena al 123.