comscore
Cartagena

Ser indígena en Cartagena: la historia de José Manuel

José Manuel Castillo vive en Cartagena y es uno de los indígenas que representan el 4,4% del total de la población del país. A propósito del Día de la Diversidad Étnica (12 de octubre), le contamos su historia.

Ser indígena en Cartagena: la historia de José Manuel

José Manuel Castillo. // Foto: Hernán Lenes - El Universal

Compartir

La casa de José Manuel Castillo Bustamante tiene tres cuartos, una cocina que recibe a todo el mundo en el frente de la casa, un baño y una tabla arrinconada que recoge todas las memorias de lo que es su esencia. Al llegar, sus hijos lo llamaron en el acto. “Cacique, te buscan”, le dicen entre risas. De inmediato se asoma y me da la mano fuerte. Viste solo un jean, y con la complicidad de su esposa, dos de sus hijos y un par de nietos que lo acompañan, se sienta en la entrada de la puerta de su casa, en Cartagena. Sin más.

“Entonces van a entrevistar al cacique...”, continúan bromeando sus hijos. Supongo que después de haber criado siete hijos y un par de nietos, y seguir trabajando, mientras asegura que aún no se siente cansado, se ganó el apodo. Lea aquí: Cómo es ser judío cuando se vive en Cartagena: la historia de Ali

La casa de José Manuel está al sur de la ciudad, en la periferia. Llegó ahí hace más de 20 años.

Aunque ahora está ahí sentado en una silla plástica devolviendo el saludo a cuanta persona pasa por su casa, su mente está en otra parte. Quizá en Córdoba, en el Resguardo Indígena Zenú de San Andrés de Sotavento, de donde viene, y del que afirma, se apoderaron los paracos.

“Todos se conocían. 300 personas, más o menos, pero casi las 300 personas eran la familia mía”, cuenta.

Según la Oficina de la Acnur en Colombia, en los últimos años se ha incrementado el desplazamiento indígena hacia cabeceras municipales, ciudades intermedias o grandes ciudades. De hecho, CODHES y Opción Legal (OL) señalaron que en el 2002 el 94,7% de los municipios con resguardos indígenas en trámite fueron expulsores de población desplazada.

José explica que en la comunidad indígena a la que pertenece existe un sistema de organización jerárquico. Hay caciques, que son figuras reconocidas por su autoridad; seguidos de los capitanes, quienes desempeñan un papel de gestión gubernamental, reflejando una estructura que guarda similitudes con la jerarquía de tenientes de la Policía.

En situaciones de conflicto o enfrentamientos en la comunidad, se recurre a una figura conocida como el “alguacil”. No hay cárcel, pero sí una forma singular de castigos que involucran postes, palos o troncos unidos que poseen orificios. Los culpables son inmovilizados al colocar sus piernas en estos orificios. Luego, un travesaño superior se cierra, aprisionando la pierna y dando inicio a la condena. Con el paso del tiempo, la pierna se hincha y la presión se incrementa, lo que finalmente provoca que la persona en cuestión llore debido al dolor.

“El palo que hace llorar a los hombres”, recuerda José Manuel entre risas. Reconoce, además, que su religión siempre fue el catolicismo, y cuenta que un profeta anticipó la llegada de las “palomitas blancas” a su pueblo. Esas fueron unas monjitas, que como las palomitas hicieron ‘un nido’ en el resguardo y fueron enseñándoles a leer y escribir, dice.

“Eso fue bonito porque nosotros estábamos como montunos, éramos del monte. No había nada en la tierra: ni un colegio o algo así”. El Chino, como le dicen ahora, recorría un camino en burro, “una distancia como de Cartagena a Arjona”, para recibir clases. “Más demoraba uno caminando que en el colegio”, afirma.

Tras ser desplazado de su tierra por la violencia, llegó a Cartagena en busca de una nueva y mejor vida. Y aquí sigue, 25 años después. Pero sus raíces siguen firmes, todos los días piensa en su pueblo, en sus costumbres y en la tierra. Se levanta en Cartagena pensando en las chichas de maíz que desayunaba. Y aunque las pueda beber acá, “no tienen el sabor del monte”.

“Cuando yo me vine para Cartagena, me vine porque aquí vivía un cuñado. Nadie tenía casa. Conseguimos este terrenito aquí e hicimos la casa”, recuerda.

Trabajó vendiendo agua en el mercado de Bazurto. Caminó innumerables calles vendiendo comidas y tuvo un par de negocios que con apoyo y la confianza de un amigo pudo mantener unos años. Lea además: “Siendo mujer afro he enfrentado el constante sentimiento de no pertenecer”

José tuvo un nuevo amanecer, pero a su prosperidad le cedieron algunos estigmas e imaginarios: algunos lo llaman brujo. Un peso con el que ha cargado desde que está en Cartagena, y que le atribuyen sólo por ser indígena.

José Manuel dice que a la Heroica se vino con su esposa y que dos de sus niños estaban muy pequeños, por lo que aprendieron las costumbres de esta tierra. Es poco lo que les queda de sus raíces.

Sin embargo, José vive como si esta fuera su tierra. “Yo me hago como si me hallara en mi tierra, porque ya tengo mi familia y tengo mis nietos aquí. Tengo mi familia, familiares de ellos y es como si estuviéramos allá en el pueblo, aunque el pueblo hace falta porque uno tiene a la familia dividida: mi mamá está allá”, confiesa con nostalgia. Aunque no son trescientos, como en el resguardo, su familia le hace sentir que sigue allá. Lo levantan con bollo de maíz y a punta de ‘calentao’. Y aunque haya para la comida, le gusta comerse el ‘pegao’ del arroz con café, para no perder su costumbre.

“Un hombre humilde, de casta provinciana, que lucha con pujanza por la superación”, dice la estrofa de una canción de Diomedes Díaz, el Cacique de La Junta, con la que se identifica José Manuel. Y aunque en las calles de la ciudad no lo reconozcan con el remoquete del artista, para los suyos siempre será su Cacique. Con ellos, sus siete hijos, nueve nietos y su esposa, anhela volver algún día a su tierra. Su resguardo.

Únete a nuestro canal de WhatsApp
Reciba noticias de EU en Google News