En su último día en Cartagena, Santiago y su amigo Steve, un Inglés con quien visitaba la ciudad, decidieron ir a la playa. Justo frente al hotel donde se estaban hospedando. Ya en la playa, alquilaron una carpa y sillas, y se sentaron a disfrutar de la vista que los había acompañado los últimos tres días, y la que no se imaginaban, sería su ‘encuentro con la muerte’.
Santiago y Steve habían llegado de Medellín el lunes 4 de septiembre a las 10 de la noche a la ciudad amurallada. Los dos días siguientes a eso, habían recorrido el casco histórico y centro amurallado y visitado algunos restaurantes en Bocagrande, zona donde se estaban hospedando.
El jueves 7 de septiembre, su vuelo Cartagena-Medellín despegaba a las 8 de la noche, por lo que tenían todo el día para disfrutar de las playas de la ciudad.
A eso de las 2 de la tarde, los amigos llegan a una de las playas de Bocagrande. En su mayor intento por relajarse, Steve, acepta un servicio de masaje que le ofrecieron lugareños; y Santiago vislumbrara la vista bajo una carpa mientras disfrutaba de un cóctel de camarones que había pedido. Frente a ellos estaba parqueada una moto Jet Ski de marca Yamaha, y sentados ahí llegan unos muchachos a ofrecerles el servicio de las motos.

Steve, su amigo, en contrato de palabra aceptó el servicio.
“Mi amigo dijo ‘vamos a coger dos horas, una hora en una y una hora en otra’, para ir los dos juntos a andar, una hora en dos motos”, cuenta Santiago.
Steve le dijo a quien le ofreció el servicio que se iban a ir mar adentro, y los moteros negaron que hubiese algún problema. Ellos se pusieron los chalecos y comenzaron su ruta.
Después de manejar por unos 20 minutos mar adentro, Santiago y Steve observaron una isla en la lejanía, a la que pretendían llegar en las motos, y siguieron el camino.
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Cada vez más cerca, Santiago se da cuenta que a lo que se acercan no es una isla, lo que veían era un buque de carga, lo que le sorprendió más aun, porque nunca vio boyas.
-Vamos otra vez para atrás. Estamos muy lejos, muy adentro”, le dijo Santiago a Steve.
Las moto jet ski pueden alcanzar velocidades entre 80 y 110 km/h. Después de 20 minutos de manejar sin parar, Santiago reconoce que estaban muy adentrados en el mar, aproximadamente 25 kilómetros hacia adentro de la playa, mar adentro.
En ese momento, cuando reconocen el buque, de inmediato deciden regresar a la playa, y justo al dar la vuelta, una de las motos se apagó.
Era la moto en la que andaba Santiago, la que había visto en la parqueada en la orilla del mar.
Casi que en el acto, Santiago empezó a buscar los implementos de seguridad en la moto o una cuerda para halar una moto con otra, pero no encontraron nada.
-Ve rápido a la playa y traes una cuerda, le dijo Santiago a Steve.- Yo te espero aquí para no dejar tirada esta moto en la mitad del mar.
- Vale. Yo voy rápido, le contestó Steve.
Con esa sentencia, Steve inició su retorno. Santiago no quiso dejar la moto tirada. En la mitad del mar era muy probable que se perdiera o se la robaran, y lo que iban a tener era un problema del berraco.
Steve arrancó hacia la playa. Era tanta la distancia que habían recorrido, que en su retorno Santiago le perdió la pista. Ni siquiera veía la orilla del mar. El recorrido debía durar unos 30 minutos, presumía, pero pasada una hora nadie llegaba. Santiago, aún en la moto, empezó a desesperarse. Cada vez el mar lo iba llevando más hacia adentro, y nadie llegaba a socorrerlo. Lo invadió la impotencia y poco a poco le iba sumando más agua salada al mar.
Del otro lado del mar, en la orilla, Steve ya había encontrado a los moteros. Él, que no habla español fluido, intentaba explicar lo sucedido y pedía socorro por su amigo naufrago. Desde la playa, Steve alcanzaba a ver un punto naranjado en el fondo del mar, pero los moteros insistían en que era una boya.
Se negaban a ir por Santiago porque insistían en que se había robado la moto. Steve, desesperado, sólo pedía que fuesen por su amigo: “mi amigo está allá, la moto de ustedes está allá”, repetía.
Por su parte, los moteros lo acorralaron. Ellos eran unos 10 o 15, y en medio de las intimidaciones le robaron unos cuatro millones que tenía en la cartera, afirma.
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En ese momento llegó la policía. Steve se sintió salvado, él y su amigo. Pero la policía al escuchar la historia de que Santiago no había regresado, sólo pensaron en que él estaba muerto y que Steve lo había matado y tirado a mitad del mar. Sin embargo, no se cercioraron, e hicieron caso omiso a las súplicas de Steve, quien se ofrecía a pagar más motos para ir por su amigo.
La decisión más difícil de su vida$>
Mar adentro, Santiago ya no soportaba un minuto más. Nadie llegaba, nadie pasaba y la noche caía.
Pensando en que su familia lo estaba esperando en Medellín, en especial su hija de 2 años, tomó la que ha sido la decisión más difícil de su vida: lanzarse al mar.
Eran las 3 de la tarde. Había pasado una hora desde que su amigo había ido por ayuda, y nadie llegaba a socorrerlo. Sólo tenía un chaleco salvavidas, y la firme convicción de que él iba a llegar a costa.
“En este en ese trayecto no se imagina la incertidumbre que yo llegué a sentir. Pensaba en mi hija, y yo sólo lloraba y pensaba en que no podía dejarla sin papá. Eso me motivaba. ¡Yo aquí no me muero, yo aquí no me muero!”.
Además, Santiago no entendía porque lo habían dejado en mitad de mar tirado ¿y su amigo?, ¿y la policía?, ¿los moteros?, ¿dónde estaban todos?
Nadó como un pez. Su primera intención fue recrear el camino que había hecho con la moto, ahora de vuelta, pero no le funcionó. Las olas lo arrastraban y perdía fuerza. No obstante, su obstinación por llegar a la orilla lo hacía persistir. Lo intentó durante tres horas, pero le fue imposible. La corriente se lo llevaba. EN un segundo intento, las luces de la ciudad amurallada fueron su salvación. Ya era de noche y los destellos le indicaban un camino. Estaban a su izquierda, hacia donde lo llevaba la fuerza del mar, y como si el mismo Dios le estuviese mandando una señal, divisó la cúpula de la Iglesia San Pedro Claver, y esa fue su faro. Pudo llegar, pero la corriente, que va hacia la izquierda, no lo dejaba llegar a la orilla. Se dejó llevar, siempre recordando a su bebé de dos años.
Toda el agua de mar que tragaba, salía por sus ojos. Aunque estaba seguro que no iba a morir, sabía que la muerte acompañaba su nado.
La Capitanía del Puerto de Cartagena, afirma que inmediatamente recibieron la alerta por parte de la Policía, porque fue desde la Policía desde donde llegó la alerta que hizo Steve, iniciaron búsquedas en la zona, pero no encontraban a Santiago. La Guarda Costera buscaba a Santiago en la zona del naufragio, pero él ya se había movido.
Su familia, quienes ya se habían enterado de lo sucedido, estaban en Medellín esperando el cuerpo de Santiago. Algunos ya habían comprado vuelos a Cartagena. Steve, su amigo, resignado, y por recomendación policial, se había cambiado de hotel. Le dijeron que los moteros, quienes además habían puesto una denuncia de robo a Santiago por la moto, podrían buscarlo, lincharlo, robarlo y hasta secuestrarlo para recuperar la moto que habían perdido.
Caída la noche y contra cualquier pronostico, Santiago llegó a la orilla. Cuando salió ya había gente trotando. Eran las 3:50 de la mañana. Lo sabe porque lo primero que hizo al salir del agua fue preguntar la hora. Habían pasado 13 horas ¡13 horas nadando! Santiago no dijo nada más que eso, no podía. El roce del chaleco con el agua salada lo había herido por el cuello, debajo de las axilas, la clavícula y los hombros. Además, no soportaba la sed.
“Yo estaba intentando parar carros, paraba todo lo que pasara, pero nadie me hacía caso. Yo estaba descalzo, sin camiseta, en pantaloneta, mojado todo lleno de llagas, ¿quién iba a parar a las 4 de la mañana, dígame usted? Nadie. Creen que uno es un indigente o un ladrón. Nadie se detuvo. Entonces me tocó caminar”.

Caminó durante una hora para llegar hasta el hotel. Hacía parada cada tanto en conjunto residenciales para pedir agua. “Amigo, ¿me regala agua?... ¿Por favor me regala agua?”, así en todos los residenciales que veía en el camino de Crespo hasta Bocagrande al hotel donde se estaban hospedando.
En la entrada al hotel habían dos taxistas parqueados con sus vehículos. Le pidió un minuto celular a uno de ellos, y lo primero que hizo fue llamar a su mujer.
-¿Has hablado con Steve?, fue lo primero que dijo Santiago
-¡Sí!, respondió su esposa, y empezó a llorar.
Habían pasado 15 horas desde la presunta desaparición de Santiago en la mitad del mar. Su esposa sentía que hablaba con un fantasma. Ella, que ya había hablado con Steve, le dijo que él no se fue de la ciudad. El vuelo del día antes, que sería el último día de los amigos en Cartagena, se había perdido.
Steve había cambiado de hotel, por su seguridad. Y la esposa de Santiago le dio el nombre del sitio donde se estaba quedando.
“Él se movió de Bocagrande. Por el miedo lo sacaron de Bocagrande. La moto se perdió en altamar, nunca la encontraron, pero los negros no iban a permitir eso”, dice Santiago.
Santiago llegó al hotel donde ahora se estaba quedando su amigo Steve. Llegó en un taxi que pagó su esposa desde Medellín por una transferencia. Al llegar, su amigo lo recibió con un abrazo lleno de lágrimas. “¡Eres un guerrero!”, repetía el inglés entre sollozos.
De inmediato Santiago preguntó por sus cosas.
-¡Necesito mi celular!
-Tu celular lo tiene la policía. Hay que llamar a ‘este’ número para que te entreguen tus cosas.
Después de llamar al número que Steve le había dado, pidió que le llevaran sus pertenencias al hotel. Le dijeron que después de hablar con un comandante confirmarían la recepción.
Al poco rato, al hotel, llegaron dos motos. Una moto verde de la policía con dos uniformados, y una moto azul con dos civiles.
Los dos civiles de la moto azul que llegaron al hotel, separaron a Santiago y le hicieron un interrogatorio. Eran gente de la SIJIN. Casi sin lágrimas por la deshidratación, Santiago revivió lo sucedido, y fue cuando se enteró que tenía una denuncia en su contra por el presunto hurto de la moto.

“Nos cercioramos que se trató realmente de un naufragio, y nosotros nos encargamos de quitarle la denuncia de robo”, dijo el policía a Santiago.
Acto seguido, por radio, llamó a los otros uniformados y les pidió que subieran con las pertenencias de Santiago.
Después de lo sucedido. A Santiago y Steve, la policía los escoltó hasta el aeropuerto.

Santiago, aún lleno de maltratos por el chaleco, llegó a Medellín a reencontrase con su familia.
¿Qué dice la Policía?$>
El Universal, además de contactar a Capitanía del Puerto, quien confirmó el naufragio, contactó a la Policía de turismo para obtener respuesta sobre los presuntos delitos y maltratos que se cometieron contra los turistas, pero no recibió respuesta. Sin embargo, este medio está abierto para recepcionar las declaraciones de la Institución.