Trabajó en varias empresas de Mamonal desempeñando labores tan diversas como fabricación de veneno, ácido clorhídrico, aceites para carros o licor de exportación. Tenía buenos ingresos económicos y se proyectaba hacia un futuro estable, con una casa propia y una pensión que le permitiera tener una vejez digna al lado de sus seres queridos. Pero no fue así. Hoy Alejandro Rúa Rodríguez se dedica a la zapatería y vive en un pequeño quiosco azul que apenas alcanza los 9 metros cuadrados.
Esta es la historia del hombre que duerme en una vieja cama rodeado de sacos llenos de zapatos, sin ventilador, sin radio, sin baño y sin servicios públicos, en una emblemática esquina del barrio Pie de la Popa: la esquina del estadio Club de Leones.
Llegó a administrar Alejandro hizo importantes relaciones estando en Mamonal, y fue precisamente gracias a ese don de servicio y amabilidad que un destacado empresario y político de la época lo llevó en 1982 a administrar las instalaciones del Club de Leones y a cuidar del estadio de béisbol infantil que lleva el mismo nombre. Lea: Las 10 obras que le piden en el Pie de la Popa a la Alcaldía de Cartagena
En esas oficinas tenía una habitación donde guardaba sus pertenencias y donde nacieron sus dos hijos: Alexánder y Yasmina. Allí formó su hogar y trabajó por 11 años, hasta 1993, cuando las nuevas directivas decidieron no contar más con sus servicios. Algo que él considera muy injusto porque no le reconocieron nada económicamente.
Para ese año, ya Alejandro era conocido en la zona por montar el primer quiosco de venta de cervezas, gaseosas y almuerzos. Lo instaló a pocos metros de donde vivía, en la esquina del callejón Meza, detrás de lo que hoy es la sede del Ider, área donde en ese entonces funcionaba una cancha de microfútbol, otra de baloncesto y el gimnasio Chico de Hierro.
Rodeado de tantos escenarios deportivos, el negocio de comidas y bebidas de este samario de nacimiento dejaba buenas ganancias, principalmente los fines de semana, incluso puso a trabajar a su mamá, a su esposa y a unos sobrinos.
Y justamente por tener allí objetos de valor, fue que Alejandro y su esposa adaptaron una pequeña cama interna para pasar las noches y evitar robos. Desde ese momento, el pequeño quiosco pasó de ser un simple negocio a convertirse en una ‘casa’.
Cuando en el año 93 lo sacaron del Club de Leones, ese rincón humilde de color azul se transformó en su hogar permanente y ha sido testigo de su incansable lucha por mantenerse a flote. Lea: Preocupación por ‘piscinas olímpicas’ en el Pie de La Popa
Duros golpes
Con el tiempo, los ingresos del negocio fueron mermando y se volvieron insuficientes para mantener un hogar, por eso Alejandro volvió a buscar un empleo formal. Se vinculó a una editorial con sede en Marbella que luego se trasladó a Crespo.
Allí trabajó por cinco años hasta que un día, antes de cumplir los 50 años de edad, decidió poner un freno a su vida laboral en empresas y dedicarse 100 por ciento a la venta de bebidas en la tradicional esquina del Pie de la Popa. Sin embargo, nada volvió a ser igual. La oficina de Espacio Público lo intentó desalojar en seis ocasiones y poco a poco se fue quedando solo. Su madre, que era uno de sus principales motores y apoyo, partió de la vida terrenal en el año 1999, dejando en él un gran vacío.
Luego se construyeron las instalaciones del Ider y Alejandro fue obligado a reducir las dimensiones de su negocio, transformándolo en el diminuto escenario de tres metros de largo por tres de ancho que hoy sigue en pie.
En el año 2014 sufrió otro duro golpe cuando su esposa también murió, víctima de diabetes, y fue entonces cuando decidió cerrar definitivamente el negocio y dedicarse de lleno a la zapatería, uno de los varios oficios que aprendió a hacer.

Alejandro vive y duerme dentro del quiosco en condiciones no tan favorables.
Hoy, a sus 72 años, Alejandro se encuentra solo. Sus hijos se independizaron y formaron sus propias familias en barrios populares de la ciudad. No se ha mudado con ellos porque el negocio de la zapatería no es rentable en esos sectores y, además, en esa esquina del Club de Leones es bastante conocido y tiene una fiel clientela de empresas alrededor que piensa en él cuando de arreglar un calzado se trata. Lea: Fotos: El barrio que “se pone a la orden” al turismo en Cartagena
Afirma que aunque le toca lidiar con el ruido de los carros, los mosquitos y las históricas inundaciones de esa zona, no se ha ido porque espera que en algún momento le reconozcan los 11 años cuidando las oficinas del Club de Leones.
También confía en que el Distrito le haga una reubicación en una vivienda digna. Mientras eso llega, continuará su solitaria vida en el estrecho quiosco, ese que ha sido su hogar durante los últimos 40 años y su lugar de sueños y recuerdos.
“No es fácil vivir solo en este lugar tan pequeño, pero uno se acostumbra a eso, la soledad ya no me afecta, ya estoy acostumbrado”, confiesa el zapatero.
En la zapatería hay días en que se gana 30 o 40 mil pesos, y hay otros en los que no gana nada. También se rebusca trazando y nivelando constantemente el terreno de juego de los estadios Club de Leones y Mono Judas Araujo.
Con lo que poco que consigue le paga a una cocinera que tiene un negocio cerca para que le haga desayunos, almuerzos o cenas. Se baña en el parqueadero de las Botas Viejas o en la casa de un vecino amigo. Y en cuanto a la salud, asegura estar en plenitud de condiciones.

