Una de las premisas elementales para prevenir el contagio por coronavirus es mantener al menos uno o dos metros de distancia con las personas, algo que en el Islote de San Bernardo, célebremente conocido por ser una de las islas más densamente pobladas del mundo, puede resultar difícil de cumplir.
Según el último censo que hizo la comunidad, en el Islote, que tiene una superficie de tan solo una hectárea (0,1 kilómetros cuadrados), habitan 778 personas, repartidas en 229 familias y 118 casas. Y a pesar de que a este pedazo de tierra parece no caberle un alma más, la presencia de mujeres embarazadas da entender que las cifras pueden estar en aumento.
Estos indicadores hacen que el espacio público por habitante sea apenas ínfimo, y por ende todos deban interactuar entre sí. A pesar de ello, según comenta Andy Morelos, presidente de la Junta de Acción Comunal de este sitio, en el Islote todos han sido obedientes y han respetado el toque de queda, a pesar de que las autoridades distritales no estén presentes para verificar tal comportamiento.
“De acá no sale nadie y tampoco nadie está entrando. Estamos es encerrados. Como aquí vivimos es del turismo y las islas están cerradas desde hace quince días, nadie está trabajando. Solo salen algunos a pescar para tener la liga de su casa, pero eso es todo”, dice Morelos.
Efectivamente quienes viven en el Islote trabajan principalmente transportando pasajeros hacia las demás islas del Archipiélago de San Bernardo: Tintipán, Múcura, y muchas otras, pero dado que el pasado 16 de marzo, Parques Nacionales Naturales ordenó el cierre de todas estas playas por la emergencia sanitaria, muchos dejaron de trabajar y se quedaron viviendo con los ahorros que les quedaron de esas actividades.
“Ya van dos semanas y los ahorritos que teníamos ya se están consumiendo. Esta era una cuestión que nadie se esperaba y nos cogió a todos con los calzones abajo”, dice Valentín de Hoyos, otro habitante del Islote.
Según la JAC, hace días les habían dicho que pronto llegaría un barco de la Armada con ayudas humanitaria como mercados, productos de aseo y medicinas, para mitigar el impacto que la cuarentena ha dejado en sus hogares, sin embargo, a pesar de que ya mandaron el censo aún se encuentran esperando.
Por el momento, siguen tratando de estirar sus ahorros y se mantienen con la solidaridad que existe entre ellos mismos.
Sin médico
Otro de los asuntos que agobia a esta población es la carencia de un médico permanente. “Tenemos más de seis meses que no vemos un médico por acá. Tenemos una sola enfermera nada más. Antes el médico venía y duraba tres o cuatro días, pero ahora con esto no creo que ni lo manden”, dice Morelos.
Para él resulta preocupante que aún con la emergencia sanitaria no cuenten con los servicios médicos mínimos para atender una urgencia.
“Cuando alguien se pone mal nos toca coger a Tolú o a Rincón del Mar en lancha que es lo que nos queda más cerca porque aquí no se puede”, agrega. Son este tipo de acciones las que les hacen sentir abandonados por parte del Distrito.
Precios altos
Pese a estar aislados, en este lugar no han sido inmunes a los efectos socioeconómicos del coronavirus, que también les ha pasado factura en los precios que encuentran en las tiendas. Según denuncia la comunidad, productos como el arroz, el plátano y demás elementos de la canasta básica han aumentado entre $300 y $500, algo que ya les está afectando el bolsillo.
Por este motivo claman para que las ayudas humanitarias que les fueron prometidas lleguen lo más pronto posible, y así mitigar el doble aislamiento que por su condición geográfica les ha tocado pasar.
Disputa territorial
El pasado 19 de febrero se conoció que los gobernadores de Sucre y Córdoba elevaron una petición la Instituto Geográfico Agustín Codazzi (IGAC) para adherir los territorios que hacen parte del Archipiélago de San Bernardo y que actualmente pertenecen a Cartagena, a sus respectivos departamentos.
Frente a esto el Distrito aseguró que defendería su territorio y que se está adelantando un trabajo desde la administración que incluye mejorar las condiciones de vida de quienes viven en la zona insular de la ciudad.