Como un rotundo éxito calificó el Instituto de Patrimonio y Cultura de Cartagena (IPCC) la XXXV versión del Festival del Frito Cartagenero. 120 mil personas disfrutaron de esta fiesta gastronómica realizada del 25 de enero al 3 de febrero, diez días, en los que según el IPCC se vendieron 500 mil fritos. En promedio cada visitante, suponiendo que asistió un solo día, se comió cuatro fritos.
Estas estadísticas respaldan el acierto financiero que tuvo el evento; cerca de $1.000 millones en ganancia, según el mismo Instituto. Pero más allá de esto, los números dejan ver el gusto de los cartageneros por la comida rica en azucares y grasas saturadas.
Además del frito, y aunque no hay datos precisos, lo más seguro es que cada comensal haya acompañado su comida con una gaseosa o cualquier otro refresco artificial, o de una “chicha” de las que preparaban y se vendían en algunas mesas. A todo esto hay que agregarle las cremosas salsas de tomate, tártara picante y el apetecido suero costeño.
La nutricionista Lorena Buelvas recalca que la combinación de estos alimentos en nuestro cuerpo puede convertirse en una bomba de tiempo para nuestra salud. Tan solo una cucharada de salsa de tomate contiene alrededor de 20 calorías y cuatro gramos de azúcar, lo que no representaría un problema si no fuera porque la gente siempre consume más de una cucharada, más aún en estos casos en los que a muchos les encanta aumentar el sabor de la comida con una “suculenta” combinación de ellas. Además, si de gaseosas se trata, una botella personal de 600 mililitros puede concentrar 12 cucharadas de azúcar.
El plato central: el frito, por sí solo puede llegar a retener más de 90 calorías gracias a la absorción del aceite y los ingredientes con los que está elaborado: harina y distintos rellenos. Un elemento adicional que no se puede pasar por alto es el aceite reutilizado, nada recomendable porque aumenta el riesgo de consumir subproductos contaminantes como los polímeros que se van formando a medida que este se degrada frente a la subida de la temperatura.
“El abuso de grasas saturadas y azucares pueden hacer de una persona un paciente obeso, hipertenso o diabético propenso a una compilación de enfermedades mortales como las renales y las cardiovasculares”, expresa Buelvas.

Cifras preocupantes
En Cartagena se desconoce cuántos habitantes padecen de obesidad mórbida, pues en el Departamento Administrativo Distrital de Salud (Dadis) no existen estas estadísticas; sin embargo el monitoreo que la entidad hace en las EPS subsidiadas y contributivas arroja que en la ciudad hay 28.569 pacientes con hipertensión tipo 1, lo que corresponde a un 2,7 % de la población; 51.274 tienen hipertensión tipo 2, equivalente a un 4,9% de la población. El número de residentes en Cartagena que enfrenta las consecuencias de la diabetes tipo 2 es de 30.662, correspondiente a un 3% de la población, que en 2018 estaba proyectada en 1’036.134 habitantes, según el Dane.
Aunque son cifras relativamente bajas, la situación resulta preocupante al hacer el traslado de números a vidas humanas. “Los cartageneros y en general los colombianos debemos ser conscientes de que nuestra gastronomía es altamente rica en azucares y grasas trans. Si inspeccionamos algunos de los platos más deseados por los comensales criollos, como la posta cartagenera, que preparan incluso con gaseosa, o las bandejas de pescado frito o paisa, advertimos una combinación de frituras y harinas como una fuente alta de calorías”, comenta Lorena Buelvas.
Buelvas aconseja ante todo una toma de consciencia y la puesta en práctica de un plan de alimentación rico en frutas, verduras y cereales, combinado con un sección diaria de ejercicios. “No se trata de dejar de comer lo que nos ha gustado hasta ahora sino de no convertirlo en un hábito alimenticio. Es necesario acostumbrar nuestro paladar a otros sabores y a nuestro cuerpo a ejercitarse”, dice.
Recomienda que de los 1.440 minutos que tiene el día, al menos 40 los dediquemos a la actividad física, y a disfrutar de los alimentos “criollos”, como la yuca, el plátano, la papa, el ñame, entre otros, con una cocción básica. Cero aceite y cero azúcar.
“Se necesitan 20 días para crear un hábito y 90 para generar un cambio significativo en nuestro cuerpo. A las cuatro semanas, la misma persona comienza a notarlo y a las ocho semanas no pasa inadvertido para los demás; a las 12 semanas, la persona se siente tan bien consigo misma que adquiere un nuevo estilo de vida”, manifiesta Buelvas.
La esperanza de vida de una persona ha aumentado en los recientes años en 6,2 años, según el estudio anual sobre la Carga Mundial de la Enfermedad (GBD) y esto se debe principalmente a los cambios alimenticios de la gente provocados por las múltiples campañas de promoción en salud que se hacen en todo el mundo.
Japón es el primer país con una esperanza de vida promedio de más de 80 años. Una de sus ciudades, Okinawa, se destaca porque en ella vive el mayor número de personas centenarias en el mundo, activas.
John Beard, director de Envejecimiento de Ciclo de Vida en la Organización Mundial de la Salud (OMS), explicó en una entrevista a CNN que tres factores influyen en este logro significativo del país asiático. En el ranking está su dieta tradicional, rica en pescados y verduras; le sigue un estilo de vida activo que incluye largas caminatas, y en tercer lugar está un sistema de salud enfocado en la concientización y prevención de enfermedades.