Si el porvenir de cada año depende de los primeros 12 días de enero, el 2017 para Cristina García estará lleno de alegría y amor, pues por primera vez, en 32 años, ha empezado la vuelta al sol en compañía de la mayor de sus hijos, quien llegó para conocerla y compartir el amor que se estuvieron guardando por tres décadas.
Día 0
Es 31 de diciembre y Cristina no está preparando las flores para salir a venderlas al Centro Histórico; tampoco prepara su puesto con vinchas y pulseras florecidas. Todo su pensamiento hoy gira en torno al Aeropuerto Internacional Rafael Núñez y al arribo de un avión desde los Estados Unidos. Espera en compañía de algunos cercanos frente a la zona de llegadas internacionales.
Piensa en el rostro de una bebé llamada Casey, a quien tuvo en sus brazos hace más de 30 años, piensa en las lágrimas que derramó cuando la perdió y en tantas otras que ha dejado salir con el paso de los años. Antes de ver a la mujer delgada, de cabello claro y ojos verdes asomarse por la puerta, entre docenas de viajeros, ya Cristina está llorando. Sus lágrimas esta vez son por lo inevitable del reencuentro. Del otro lado de la puerta, Casey mira a todos lados, expectante. No conoce Cartagena, pero sí el rostro de la persona a la que llegó a buscar. Es el mismo rostro que vio el día que le dijeron que su madre era colombiana y el mismo que vio el día que ‘la otra Kasey’ le pasó una foto para demostrarle que era ella la bebé que su madre había estado buscando por décadas.
Y ahí están, una frente a la otra, se abrazan, Cristina llora; Casey le seca las lágrimas. Es la 1:00 p. m. del 31 de diciembre de 2016 y para estas dos mujeres ya ha empezado la alegría de la “Vida Nueva”.
“Te busco”
Casey tenía pocos meses de nacida cuando su padre, natural de Estados Unidos, se la llevó para ese país sin el consentimiento de Cristina. Allá Casey fue criada por otra mamá y aunque notaba las diferencias físicas con sus hermanos y demás familiares, solo cuando creció le confesaron la verdad: su madre era colombiana.
“Me dieron una foto, ella me tenía en brazos, y la atesoré por años mientras intentaba buscarla, pero sin resultados”, dice Casey, mezclando las pocas palabras que sabe del español con su inglés originario.
Cristina tampoco la encontró. Durante 30 años estuvo haciendo contacto con viejos amigos, siguiéndole la pista a su expareja, rogando un milagro que le devolviera a su Casey. En ese lapso también tuvo tres hijos más; la menor, llamada igual que la mayor, pero con K en lugar de C al principio, fue quien dio con el paradero de su hermana.
“Hace dos años nos enteramos que el papá de Casey había muerto y nos pusimos a buscarla otra vez. Con eso de las redes, Kasey la encontró”, dice Cristina. “Me dijo, yo creo que tú eres mi hermana y me empezó a pasar fotos de mi mamá y de mí cuando estaba pequeña, era el mismo rostro de la foto que yo guardaba. ¡Era mi madre!”, dice Casey, notoriamente emocionada.
Largo camino
Durante las primeras conversaciones por redes sociales, Cristina y Casey estaban emocionadas y ansiosas por volverse a ver, pero en el camino se cruzó una enfermedad que aquejó a la muchacha y que la hacía ‘desaparecer del radar’ por semanas, desesperantes y dolorosas para Cristina, quien temía perder a su hija antes de volver a abrazarla como cuando era un bebé. Este año, finalmente, después de un intento fallido hace unos meses, Casey pudo conseguir el dinero para viajar y pudo al fin conocer a su ‘otra familia’ en Colombia.
“Te tengo”
“Sí, es ella”, dice Cristina cuando viéndolas agarradas de la mano, alguien en El Centro le pregunta si es su hija. Su historia la contamos en Q’hubo en abril del 2015, cuando pidió ayuda para poder traerla.
Casey se quedará hasta mediados de enero y mientras tanto aprovecha para compartir todo el tiempo con su madre. Para ello, sale con ella todos los días a vender flores, juguetes y vinchas en el Centro Histórico; se sienta con ella frente al puesto que hizo y la mira ofrecer sus productos a propios y turistas.
“¿Qué pienso yo de su oficio? Que es hermoso, fascinante. Para mí todo lo que estoy viviendo es un paraíso”, dice.
Casey estudió Relaciones Internacionales, pero por la enfermedad que la aquejó hasta hace un tiempo, tuvo que alejarse de ello. El año pasado, para poder viajar a Cartagena, trabajó como mesera.
Le queda una semana en la ciudad, pero tiene programado regresar a mediados de año. Ni ella ni su madre están dispuestas a perder el contacto. “Ella quiere que estudie, ayudarme en mi vida, pero eso es paso a paso. Lo importante es que estamos juntas y nuestros corazones no se volverán a separar”, concluye Cristina.
Sobre la vendedora de rosas
Toda su vida, Cristina ha estado cerca de las artesanías y del arte. Es restauradora y vendedora de rosas, aunque también vende perfumes y otros productos. Lo que más le gusta es trabajar en el Centro Histórico, ofrecer rosas y juguetes.
Ahora es más reconocida, se ha encontrado a desconocidos que quieren saber sobre la vida de su hija y que incluso le ayudan para fortalecer su negocio. Aunque llora con facilidad, sabe bien que con el llanto se soluciona poco, ella prefiere armarse de amor, con eso ha logrado sacar adelante a sus tres hijos menores y volver a abrazar a la mayor. “El amor siempre es más fuerte, tenemos que aprender a llenarnos de amor y positivismo para conseguir nuestros sueños”, dice con una lágrima a punto de brotar de sus ojos.

