Un grupo de estudiantes de la Universidad del Estado de Nueva York vino a conocer la Cartagena de García Márquez.
Vinieron de la mano de los profesores Gustavo Arango y María Cristina Montoya, quienes laboran en esa universidad que está en un pueblo llamado Oneonta; y es allí donde los jóvenes reciben un curso sobre la obra del Premio Nobel colombiano.
La llegada a Cartagena tiene como finalidad ver de cerca los escenarios que se mencionan en El amor en los tiempos del cólera, Del amor y otros demonios, Vivir para contarla y en algunas de las columnas de comentarios que García Márquez logró publicar en las primeras épocas del diario El Universal.
Y es El Universal otro de los escenarios que visitaron. Allí oyeron nombres como Domingo López Escauriaza, Clemente Manuel Zabala, Héctor Rojas Herazo, Jorge García Usta, Gustavo Tatis y Alberto Salcedo Ramos, quienes, a su tiempo, y con sus propias propuestas, también aportaron otro grano de arena a la magia de la narrativa caribeña.
Los estudiantes tuvieron tiempo para hacer preguntas, pero también para expresar el asombro. Nunca habían visitado ninguna parte de Colombia, y mucho menos Cartagena.
Y mucho menos sabían que más allá de la estampa turística que se vende por las redes de la internet están corregimientos como La Boquilla o barrios como Nelson Mandela; o un hervidero humano llamado Bazurto.En La Boquilla bailaron champeta, comieron pescado y aprendieron a fabricar arepas con huevo. En Nelson Mandela vieron de cerca la realidad del desplazamiento humano que provoca el conflicto armado que libra Colombia.
Samantha, Verónica, Rosemary, Tate, Nallely, Erin, Natalia, Emily, Yarisbel, Victoria y Carmine dijeron sentirse privilegiados, no solo por la oportunidad de constatar que la postal turística de Cartagena es real, sino también porque pocos viajeros como ellos tienen la oportunidad de observar de cerca escenarios deprimentes como el mercado; o de escuchar historias truculentas como las que relatan las madres de Mandela.“No es justo que uno tenga que vivir con miedo en su propia tierra”, dijo Carmine, a lo que agregaron sus compañeras que “la gente vive en malas condiciones, pero siempre se ve alegre. Tal vez por eso nadie se levanta a protestar, como ha sucedido en otros países”.
Por boca de algunos nativos de La Boquilla se enteraron de flagelos como el turismo sexual y el microtráfico, y concluyeron que la sensualidad de los bailes, animados por el retumbar de los picós, reflejan abiertamente “lo sexualizados que están los niños, pese a sus cortas edades”.Alguien les contó que más allá de la ruta turística del cerro La Popa hay varias zonas donde se esconden pandillas delincuenciales, conformadas por jóvenes que antes fueron niños como los que vieron bailando en La Boquilla.
“Es que si yo tuviera hambre, también robaría”, dijo Victoria
Para el profesor Gustavo Arango “el que estos muchachos vean de cerca la realidad de Cartagena, es algo que ayuda a crear conciencia. No bien han visto algunas cosas y ya comentan que deben hacer algo para cambiar esa realidad”.
El asombro también los asalta cuando ven que “la gente se abraza, se toca, conversa alzando la voz y ríe a carcajadas. Esas cosas no se ven en Estados Unidos. La gente es más discreta, menos abierta”.Antes de pisar tierra cartagenera, para los estudiantes neoyorkinos la palabra necesidad se reducía a las ganas de cambiar un teléfono celular común por uno de más alta gama. “Ahora, viendo a los niños de La Boquilla y de Mandela, sí sabemos lo que implica esa palabra”.


