Ese es el título de la carta que envió a este medio el ciudadano Iván Darío Pinzón V., quien denunció el incidente que le tocó vivir en Cartagena a su esposa, una mujer que llegó a participar de uno de los tantos certámenes naciones e internacionales que se registran en esta ciudad.
Lo narrado por este ciudadano es una de las tantas odiseas que viven los seres humanos cuando les toca buscar asistencia médica en una ciudad donde la persona dejó de ser tal para convertirse en un simple número que queda al vaivén de las clínicas y hospitales.
En su carta, el ciudadano critica esta actitud, la cual deja mal parada a la ciudad como destino turístico.
ESTE ES EL RELATO: En días pasados mi esposa se encontraba de visita en Cartagena participando de un congreso internacional de Geología. Nosotros residimos en Estados Unidos, y por motivo de familia y profesión visitamos con cierta frecuencia el país.
El día de su llegada le comenzó un fuerte dolor abdominal que se hizo insoportable hacia el final de la tarde. Ella conversó con su doctor de confianza en Bogotá, quien le recomendó que se fuera urgentemente a una clínica, pues podría tratarse de algo delicado.Al encontrarse hospedada en un hotel en Bocagrande, la primera clínica a la que llego fue la clínica Bocagrande.
Allí no existe un protocolo de atención de urgencias.El que más grita, el que es más agresivo y pasa por encima de los demás es el que es atendido primero. Finalmente fue vista por una médica residente.Su colaboración consistió en decirle que no contaban con especialistas y que recomendaba que fuera a la clínica Santa Cruz de Bocagrande, que se encuentra a unas cinco cuadras. Un taxista muy amable la trasladó a dicha clínica.
Salieron a recibirla, en su orden, primero un celador adormilado, y detrás de él una enfermera carente de cualquier vocación o sentido de ayuda y quien dijo que no había posibilidades de recibirla y que las urgencias no estaban abiertas.
Le dijo que buscara en la clínica Cartagena del Mar que allí podría tener mejor suerte. El Hospital Naval ni siquiera se consideró, pues tanto los taxistas como en las dos clínicas visitadas le dijeron que debido a su pobre calidad, en el Naval seguro la dejaban morir (o sea un tuerto criticando a un bizco).
Así pues, el mismo taxista que la llevó a la clínica Santa Cruz de Bocagrande, muy amablemente la esperó y la llevó a la clínica Cartagena del Mar, donde se repitió la situación vivida en la clínica Santa Cruz: urgencias cerradas y falta de cupo, y no especialistas.
Ya eran aproximadamente las dos de la mañana del día siguiente, así que por recomendación de los taxistas, mi esposa decidió irse al hotel y de allí llamar a los paramédicos.
Para acortar la historia, los paramédicos la visitaron en el hotel y después de valorarla, le administraron suero y analgésicos y le recomendaron que se fuera a una clínica (qué mal chiste).
Una vez idos los paramédicos, mi esposa decidió irse para el aeropuerto y buscar vuelo para Bogotá. Simulando encontrarse bien, pues de otra forma no la hubieran montado en un avión, consiguió vuelo para las diez de la mañana. Después de una agónica espera en la que tuvo que disimular el dolor y tratar de no desmayarse, y un vuelo que se hizo eterno, llego a Bogotá, donde gracias a Dios la atendieron y hoy, tres días después ya se encuentra fuera de peligro y dada de alta de una oclusión intestinal, tratada justo a tiempo y que pudo haber sido fatal de haberse quedado en Cartagena.
De esta situación vivida se pueden ver varios aspectos: primero los malos y los buenos.Los malos, lo increíble y triste que una ciudad que trata de preciarse de ser un destino internacional y del cual los colombianos nos sentimos tan orgullosos, padezca de un sistema de salud tan precario y que es preferible mantenerlo a distancia, pues literalmente es peor que la enfermedad. Mi esposa tuvo la fortuna de poder salir a tiempo a Bogotá.
Qué triste es para los cartageneros tener que vivir esta situación día a día.
Y si esto es así en la zona turística, ¡cómo serán las condiciones en el resto de la ciudad!Los buenos, los taxistas de Cartagena, tan colaboradores, cultos y comprometidos, los empleados del hotel Capilla del Mar y los funcionarios de Avianca que amablemente la trataron y la ayudaron una vez se dieron cuenta de su condición en pleno vuelo.
Finalmente inmensas gracias a los profesionales médicos que tan acertadamente la trataron en Bogotá.
Iván Darío Pinzón V.