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Cartagena

Quiere dejar las pandillas con estudio y trabajo

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A este hombre de 25 años lo llamaremos Juan. Nunca ha tenido un alias en las pandillas y se reserva su nombre pues todavía espera oportunidades, pero sabe que con su vida puede tocar los corazones de muchos jóvenes y de las autoridades que los han olvidado.
Juan llegó a una pequeña habitación donde yo lo esperaba. Mis expectativas eran las de entrevistar a un pandillero, seguramente mal portado y de terrible vocabulario que me hablaría de sus hazañas con las armas y de los muertos que lleva encima.
Mi premisa se derrumbó cuando aquel hombre moreno, de mediana estatura, de Apartadó, Antioquia, se sentó ante mí pidiendo primero permiso y saludando tímidamente.
El ‘cachacho negro’, como lo conocen sus amigos, comienza a contarme su agitada y triste vida. Me cuenta que tiene ropa y zapatos nuevos gracias a la fundación que los está ayudando, que logró conseguir un crédito con comerciantes para que con su trabajo, los expandilleros de “Los Panelas” sean capaces de pagarlos. Juan me muestra orgulloso unos zapatos Nike que ahora tiene, aunque poco los usa, pues su día entero transcurre trabajando como él prefiere, con los pies desnudos.
“Terminé el bachillerato a los 14 años, ocupé el segundo lugar en las pruebas del ICFES, mi hermano gemelo fue el primero. Mi hermano murió ahogado cuando nos estábamos bañando en una poza y a mí me echaron la culpa de la muerte de él. Me vine para Cartagena en mula (camión) yo solo. Me traje todos mis documentos, yo sabía que nunca iba a volver allá”, cuenta el joven.
“Mi papá ahora habla conmigo, pero yo todavía tengo mis sentimientos, porque en ese entonces él dijo que el que se tenía que morir era yo, que porqué se murió él, mi hermano”.
En ese momento la vida para Juan se derrumbó. Fueron entrevistados por Juan Gossaín por ser gemelos, de 14 años, quienes habían alcanzado los mejores lugares en las pruebas del ICFES en Medellín. Juan y su hermano habían recibido de regalo becas para estudiar lo que quisieran y los dos escogieron la arquitectura, estarían en las mejores universidades de Bogotá. Su padre les regaló un viaje a Brasil para celebrar, pero la dicha duró muy poco.
Cuando el hermano se murió y su padre lo culpó, Juan, quien había perdido a su madre a los 2 años de edad, sintió que lo más fácil era perderse de Medellín. Con dos mudas de ropa y su tragedia a cuestas empezó su rodar por las calles de Cartagena, donde vino a dar, alimentándose de escarbar la basura y de lo poco que le daban.
“Una vez hicieron una batida y nos recogieron. La sargento Nora, de la Policía de Menores, nos recogió y nos llevó para un hogar. Cuando estaba ahí dije que me iba para Medellín, llamé a mi casa y le dije a mi tía, que es administradora de la Terminal de Transportes, que me mandaran los pasajes pero no me los mandaron. Entonces me puse a caminar por el Bosque, estaba durmiendo en el puente de El Bosque para Manga y vi el camión que estaba reclutando para prestar el servicio y yo me les metí en el medio, les dije que yo me quería ir con ellos”, recuerda.
Juan comenzó así a prestar el servicio militar en el Ejército Nacional en Barranquilla. Dice que se ganó la medalla Juan V. Olarte al mérito por su buen servicio, ya que durante su estancia en las filas, se mostró como el mejor compañero. Dice que nunca se negó a realizar ningún trabajo. “Fui ecónomo, fui chef, fui armero. Nunca dejaba una tarea a medias, yo hacía mi tarea y terminaba la del compañero”, cuenta.

Lo absorben las pandillas
Otro integrante de “Los Panelas” entra a la habitación, justo cuando Juan está a punto de contarme la única parte de su historia que lo hace llorar y se le entrecorta la voz. Por ello, Juan le pide amablemente que nos deje solos un momento.
El relato de la parte oscura de su vida empieza en ese momento. Comenzó a consumir droga cuando conoció a “Los Panelas”, se enfrentó a varias pandillas y dice que varias veces tiraron a matarlo. Tiene una gran cicatriz en el hombro izquierdo de una herida con cuchillo y el rastro de una bala en la pierna izquierda.
“Yo toqué fondo. Viví en la calle, comía de la basura. Yo esto a nadie se lo he contado. Toqué fondo, fondo. Y una señora me dijo, mijo, te conocí cuando eras el mejor estudiante del INEM ¿qué te pasó? Yo me fui en llanto, me paré y dije ya no más. Ella me regaló tres mudas de ropa, me llevó a motilar y a bañarme al hotel donde estaba . Me regaló plata para un hospedaje. Me dijo ¿qué quieres, trabajar? Yo le dije que sí, para vender chicle y ella me dio 100 mil pesos, el ‘plante’. Y con la plata así en la mano no volví a ir por droga”, relata.
A partir de ese momento comenzó su proceso de rehabilitación. Aún perteneciendo a la pandilla de “Los Panelas”, Juan asistió a varias reuniones con la Alcaldía, la Policía y fundaciones que buscan ayudarlos. A pesar de que nunca empuñó un arma ni asesinó a nadie, tiró piedras hacia varios bandos porque tiene amigos en varios sectores con problemática de pandillas y los visita a escondidas cada vez que puede, evitando ser atacado.
“Estudié auxiliar de construcción en el SENA, acabados, diseño en Autocad, ingeniería en puentes militares en el Ejército, soy reservista. También estudié carpintería, ebanistería, electricidad, todo lo relacionado con los acabados. Soy chef de cocina, hice tres meses de cocina internacional. Me encanta la cocina, la electricidad, la albañilería, la pintura, a mí todo lo que hago me gusta, porque a mí me gusta el estudio. Yo capto rápido, soy el que arreglo todas las máquinas aquí en el lavadero” dice.

Y agrega que ha tocado muchas puertas. “Fui a Cementos Uno A en Sabanalarga, Atlántico, fui a la entrevista, pero me dijeron que por la edad y la experiencia no podían contratarme. Yo les dije que no miraran de dónde vengo, que me pusieran a trabajar, que yo les trabajaba gratis los 3 primeros meses, pónganme a prueba, y nada. Aquí en Cartagena a uno lo juzgan mucho. Campo Elías nos prometió  un poco de cosas y nunca nos cumplió. Da para demostrar que hacía más cuando estaba en la locución que cuando alcalde. Porque él vino acá prometiéndonos que nos iba a ayudar con subsidios, que nos iba a apoyar con trabajo, que nos iban a dar trabajo en varios lugares, imagínate. Pero al contrario, nos las han cerrado, ya no puedo caminar por las otras calles porque me matan”.

“Me le mido a cualquier trabajo”
Por eso, el apoyo que encontró en un abogado penalista que les ofreció trabajo a “Los Panelas” ha sido fundamental. “Yo llegué buscando trabajo. Vi el nombre y entré al lavadero, le dije que quería trabajar, que no tenía malas mañas. Tengo mis documentos en regla, tengo mi libreta de primera, mi conducta excelente, verifiquen mis antecedentes. El doctor a mí me respeta y los muchachos también, si él no está estoy yo y le entrego su plata y le respondo, él no me reprocha por nada”.

Juan no entiende por qué le ha tocado vivir este destino. Su familia vive en el exclusivo sector de El Poblado en Medellín. Su papá es dueño de una empresa de carnes frías y es socio de otras empresas y aunque ahora tiene contacto con él, los recuerdos y el dolor no le permiten volver.

Tengo unos primos de Medellín que viven en Marbella, vienen aquí a lavar las motos. Pero nunca me han ofrecido trabajo ni nada. Gracias a Dios nunca los he necesitado, porque uno consigue más con gente de la calle que con la misma familia. Y la muestra está en que el doctor sin conocerme me dio alojo, comida y trabajo, y eso es lo que yo valoro. Por eso yo a él le tengo mucho respeto, más que por mi papá. Yo a mi papá le he dicho, yo conseguí un señor acá que es más responsable que usted”.

Pero Juan no abandona sus sueños, un impulso, una oportunidad de crecer es lo que valora y lo que considera su hogar, su familia. Solo desea un trabajo estable, en lo que le gusta y está seguro de que con su inteligencia puede llegar muy lejos. Por eso no duda cuando le pregunto a dónde le gustaría llegar, si tuviera todo el apoyo.

“Mi sueño siempre fue ser arquitecto. Yo hago planos, hago presupuestos. Yo trabajo el Autocad a la perfección, y el curso lo hice en el SENA. Imagínate, yo me acuerdo que se inscribieron 500 arquitectos y yo era el único bachiller. Cuando llego a ese examen, 7 salones llenos, el salón múltiple lleno y eran señores ya, de la Tadeo Lozano, de Los Andes, eran puras universidades finas, yo dije: ‘aquí no tengo oportunidad’. Quedé de 12 en la lista. De los 500 sacaron 100 y después hicieron otro examen. Quedé de tercero. Después hicieron otro y quedé de segundo. Y tuve la monitoría del salón de los 50 arquitectos que había ahí”.
Así como Juan son varios los jóvenes de esta fundación o que están en otros sectores que piden una oportunidad para salir adelante, en medio de la violencia entre jóvenes que muchas veces no tiene una justificación que el resto de los ciudadanos puedan comprender.

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